viernes, 4 de mayo de 2007

Capítulo 16 - Agazapado

Tenía 22 años cuando desperté cerca de las 2 de la mañana un miércoles de invierno con un temor muy profundo. Sentí la sensación de desaparecer... La idea de morir y dejar de pertenecer al mundo que conocía. Mi mente asoció el momento de la muerte como el "off" de la máquina que me mantenía en movimiento, como si simplemente alguien bajara el switch de mi conciencia y yo quedase apagado para siempre.

La duda recorría mi mente cada día y recordaba la inexistente consciencia que experimentaba cuando me había desmayado. Una imagen negra de la cual no me enteraba y que el paso de los segundos, minutos u horas no influían en mi.

Recordaba que perdí la conciencia un par de veces por exceso de alcohol y que no lograba recordar nada y que durante las horas en que mi cuerpo yacía en una cama no existía nada en mi mente. Ni un sueño, ni una imagen, ninguna sensación...

Ese miedo a dejar de existir y perder mis recuerdos, la imagen de quienes quería y de las cosas que me hicieron feliz me atemorizaban ante la inminente llegada del momento fatal. La religión para mí no era una solución, siempre he visto a las personas religiosas como buscando algo que los calme, pero sin lograr una verdadera respuesta. Sólo quieren creer que algo va a pasar, pero para mi eso no era la solución.

Mi madre no tomaba muy en serio mis pensamientos, ella es creyente de dios y asegura que él hace todo como si fuese un gran plan celestial en que todos somos piezas. Esta idea me molesta ya que las cosas malas que pasan en el mundo no pueden estar tan fríamente planeadas y si es así, considero que dios es un tirano.

Trataba de recordar cuando estaba en el colegio y las veces que mis compañeros me cubrían alguna maldad, haciéndome sentir un poco "líder"... Como esa vez que sólo por gueviar sacamos los parquet del piso para jugar al disco en la sala. Todos dijero que fueron los de la mañana, incluso aquellos con quienes no me juntaba me cubrieron y salimos jabonados de un problema bastante complicado de haber sido descubiertos.

Uno a uno iba recordando algunas cosas de mi niñez mientras pasaban los minutos y el sueño volvía poco a poco para ayudarme a dejar de pensar. Creo que esa noche soñé que volaba.

A la mañana siguiente desperté tranquilo y continué mi día normalmente dejando de pensar en las cosas que podría sentir al momento de morir.

- Trata de no moverte - me dijo Cristina suavemente

Al volver a mirar hacia la espesura, pude ver como las ramas se movian y pude ver una mano negra que con cautela, pero fuertemente agarró un tronco y avanzó dejando al descubierto el cuerpo dormido de una mujer.

Otras figuras extrañas se le sumaron al camino y colgaban de sus manos a otros fantasmas semi inconscientes.

Cuando pasaron y estuvieron algo alejados de nosotros, comenzamos a movernos muy suavemente hacia un mejor ángulo para observar lo que Cristina me tenía preparado. Subimos una ligera pendiente y detrás de unas malezas y unos troncos viejos nos quedamos mirando el espectáculo.

Estas cosas, estos "demonios" esperaron a que despertaran sus cautivos. Cuando lo hicieron, comenzaron a golpearlos con sus grandes manos, de sus bocas caía baba y lanzaban de un lado a otro con fuerza sobrehumana a los cuerpos. Estos eran atrapados por otra bestia y nuevamente golpeados, pisados, arrastrados. Trataban de escapar, pero los demonios tenían destreza y no lo lograban.

Calculo que habrá pasado una hora de tortura cuando de los árboles salió una figura más alta que las otras, alrededor de 2 metros y medio, miró a los demonios y a los torturados y de su boca estalló un grito que me congeló. Los otros, tras esta especie de "orden", acercaron los cuerpos de los condenados y el los cubrió con su ropa. Fue la última vez que los vi.

- Ya no tienen esperanza - susurró Cristina, pero parece que no fue muy bajo, porque uno de ellos se volteó escudriñando los árboles. Nos quedamos lo más quietos posible cuando sus ojos se posaron sobre el sector donde estábamos.

Segundos eternos en que mi miedo me empezó a poner nervioso y de pronto la bestia emitió un gruñido enorme, como un jabalí y empezó a correr hacia nosotros. Los otros inmediatamente corrieron con él.

- ¡Corre!, ¡Corre ahora! - Gritó Cristina

Capítulo 15 - Miedos de niño

Los árboles al otro lado de la laguna se veían muy oscuros. Ramas tupidas cubrían la visión y no alcanzaba a divisar el otro extremo del camino.

Caminábamos con cautela, apenas tocando el suelo. Cristina tomó mi mano y apretó ligeramente. Pensé que quizás ella había huido antes de ellos, pero no parecía intranquila en la presente situación. Quizás porque esta vez iba con un inexperto muerto hace sólo unos cuantos días.

Con una señal de Cristina, nos agachamos y escondimos tras unas malezas. Así permanecimos unos minutos. Miraba a mi compañera en busca de una palabra aclaratoria o una pista de lo que estábamos esperando, pero me hizo un gesto de silencio.

Agachados, callados, en la oscuridad un recuerdo llegó a mi mente.

9 ó 10 años tenía cuando en las noches, ir a dormir me llenaba de temor.
No recuerdo muy bien cómo comenzó todo, pero cada noche en medio de la oscuridad, cuando empezaba a sentir que el sueño se acercaba, quedaba atrapado en el punto justo donde la vigilia pasa a ser sueño. Entonces el cuerpo dejaba de responder a mis actos.

Empezaba sintiendo un ruido lejano como un tren que se acercaba. Podía aún ver el techo de la pieza, lejanamente, medio nublado y podía también ver mis manos inmóviles a los lados del cuerpo.

El sonido aumentaba, aumentaba y una sensación parecida a la que uno tiene cuando se deja caer de espalda para que otra persona lo atrape, esa como hormigueo ante la duda en la espalda, pero constante y en aumento. Era como si me clavaran un cuchillo lentamente en la zona lumbar y mi espalda comenzaba a levantarse y la desesperación me atrapaba.

Entonces sentía más ruido, más clavadas y miraba mis piernas, mis manos que aún no se movían, pero yo sabía que si lograba mover un sólo dedo, yo despertaría.

Realmente creía que a las personas no les estaba permitido enterarse de este paso al estado "dormido", que por eso nunca la gente se daba cuenta cuando ya estaba dormida, pero yo con 10 años, el pasar por esta experiencia hizo que tuviera mucho miedo de la oscuridad de la noche.

Lo que me pasaba lo conté a mi madre, pero ella pensó que eran cosas de niños. (Cómo si los niños por ser niños no importaran); que me fuera a dormir. Pff, como si fuera muy agradable.

Otras veces me acostumbré a dormir de lado, en posición fetal. De este modo, cuando venía toda la sacudida podía concentrarme, estirar las piernas y despertar. Pero muchas veces olvidaba hacerlo y me veía enfrentado a la situación de mover un dedo u un pie para poder escapar.

Muchas veces me dormí sentado. Así no solía pasar nada. Pero no era nada agradable.

Otras veces, en la oscuridad, miraba las paredes del cuarto pensando que cuando llegara ese momento los ruidos y todo lo que sentía saldría de las paredes. Creía que aquello que me torturaba estaba en mi pieza siempre, pero que sólo podía verlo o sentirlo en ese estado de semi somnolencia.

Todo esto hizo que cuando crecí un par de años, ponía la cabeza en la almohada y me dormía casi instantáneamente. Quizás una respuesta de mi consciencia ante el temor de esos años.

Y aquí estaba. Escondido tras unas malezas, con una mujer que realmente no conozco esperando para espiar a demonios que torturan muertos. Esta noche iba a saber si aquellos demonios que torturaban mi sueño no eran nada comparado con lo que veríamos en un rato más. Siempre que no nos descubrieran antes.

Capítulo 14 - Camino al lugar

Debo confesar que estar acá me da miedo. siento que estoy en un mundo que, aunque se ve normal, está lejos de serlo. Veo caminar a personas y no siempre estoy seguro de saber si son personas vivas o espíritus como yo.

Cristina camina conmigo. Es raro, pero me siento protegido con ella a mi lado.
Vamos camino a la zona en donde hay lo que llaman demonios. El lugar donde castigan a muchos de los que ha llegado aquí. De pronto me encontré pensando en el día de mi muerte.

Recordé esa noche. Estaba trabajando en unas fotos para la revista de moda de uno de mis clientes. La tarde había sido muy larga, con modelos hermosas, pero odiosas. Quien diría que aquellas mujeres que se ven tan amorosas en el papel, que invitan a pasar una fantasía en su compañía son tan insoportables, tan mal educadas y tan arrogantes.

Muchas fotos, mucho maquillaje, más fotos, calor en el set, más ropa, más fotos y al terminar, se paran y se van con mirada despectiva. Como si quienes hacemos el trabajo de hacerlas parecer hermosas en las revistas fuésemos viles insectos que no están a su altura.

Sólo se le dan sonrisas al encargado del casting. Unica persona importante en su frívolo mundo.

La belleza sólo es superficial y tratan a todos los que las rodean como viles sirvientes. Muchas veces quise que de mi lente saliera una bala calibre 35 para perforar esas sonrisas falsas de esas demonios.

El resto de la tarde me la pasé seleccionando entre los cientos de megabytes capturados. Separando las sobreexpuestas de las que estaban bien calibradas, ajustando la saturación y corrigiendo el equilibrio de color en cada una de las fotos que me parecían encajaban con lo que la agencia necesitaba.

El director creativo a cargo del proyecto se fue alrededor de las 11:00 de la noche. Yo seguí unos minutos más mientras respaldaba las tomas.

Me fui del estudio alrededor de las 11:40. Guardé mi equipo y mi portátil en el maletero y salí en dirección a casa. Paré en un servicentro a comer un sandwich (de haber sabido lo que venía, hubiese buscado algo mejor ya que recuerdo que incluso no me gustó).

Ahora, miro a Cristina y pienso en lo que ha pasado desde ese día. No sabría decir cuantos días han sido. Todo ha pasado rápido y el no sentir ni cansancio ni sueño ni hambre ni frío tienden a confundir.

Mientras caminamos, a mi derecha un caballero mayor mira mientras los niños son llamados por su madre a entrar a la casa. Que "ya es tarde" dice. Ellos entran, pero la madre cierra la puerta dejando al caballero afuera. De pronto él me mira, me saluda y atraviesa la puerta. Giré mi cabeza y volví a mirar adelante.

- ¿Dónde es ese lugar? - pregunté

- No es muy lejos. Pasando el condominio hay una calle que baja hasta una laguna. Bordeando la laguna hay un declive en el terreno. Allí hay cientos de rocas que fueron dejadas por empresas constructoras y allí es donde los demonios suelen estar.

- ¿Qué pasa si nos descubren?

- No creas que por ser demonios tienen súper poderes. Son casi como tu o como yo. Si nos descubren, debemos correr lo más lejos que podamos y escondernos, porque nos seguirán hasta alcanzarnos, pero no se dan el tiempo de buscar.

- Te confieso que tengo temor de ser emboscado o algo.

- No temas. Yo nunca fui muy atlética, sin embargo ya he escapado 3 veces de ellos. No es tan difícil.

- ¿Qué más hay allí?

Me miró. Se detuvo. Tomó mis manos, las observo un momento. Levantó la mirada y me dijo.

- Allí hay más gente. Gente que han atrapado, gente que hacen sufrir. Después de un tiempo los sueltan o se escapan, pero sufren bastante. Vamos a ver a los demonios, pero también veremos a personas recibiendo horribles castigos. Trata de no asustarte, porque nos delatarías y yo no quiero que me atrapen. Te llevo allá para que los reconozcas. Es necesario, ya que llevas poco tiempo aquí y no puedes vagar descuidadamente y encontrarte con uno de ellos de frente.

Nacía en mi el deseo de abortar misión, pero tenía razón. Si me encontraba con uno de ellos, ¿cómo sabría que hacer?.

- Trata de estar callado. Estamos llegando a la laguna y es mejor avanzar con cautela.

Capítulo 13 - Espiritus

Cristina me miró con esa sonrisa que ya me había regalado antes y extendió su mano para que fuera a su lado.

- ¿Cómo te fue? - me preguntó.

- Bien. Pude ver a mi hija. La acompañé hasta hace poco rato. Cuidé de ella y me sentí bien. Echaba de menos estar cerca de ella, aunque ahora fuera diferente.

- Que bueno. Es importante que estés tranquilo con los tuyos. Yo estuve mucho tiempo cerca de mi hija, hasta que decidí alejarme un poco de ella.

- ¿Sí?, ¿Te alejaste?

- Es que me volví muy obsesiva. Quería saber todo lo que hacía, cada lugar en el que andaba, con quien se juntaba o quienes estaban cerca de ella cuando su padre no estaba cerca.

- Es entendible. Yo ya he tenido esas ideas con Camila. También quiero cuidarla.

- Pero ten cuidado. Con el pasar de los meses, te vuelves dependiente de ellos; a mi me costo mucho tomar la decisión de alejarme.

Me contó que a su hija la seguía día y noche, que se sorprendió espiándola cuando hablaba con sus amigos del colegio. Me contó la vergüenza que sintió cuando la vio besarse con su primer pololo y la furia que sintió cuando éste, un poco mayor que ella, muy libremente manoseaba su trasero por debajo del uniforme.

Estas situaciones, la hacían sentir muy "intrusa", me contaba que aveces trataba de hacerles sentir que ella estaba cerca, como para que respetaran a su hija, pero no lograba que la notaran. Eso la frustraba aún más.

Seguimos caminando y entramos a una calle con casas de ladrillo a cada lado, muy estilo inglés. Cristina me dijo que allí había uno de nosotros. Un niño de 12 años que no soportó la enorme tristeza de perder a su madre en un accidente y se suicidó. Deambula por estas calles desde hace ya varios años.

Pensé en un antiguo vecino que había hecho lo mismo. Un hombre de unos 45 años. Sufría de una gran depresión a causa de deudas, tenía cuentas muy altas y no tenía un trabajo que cubriera sus gastos. Cansado de tanta presión y de demandas exigiendo el pago de las cuentas, se colgó en su casa un viernes. Notaron su muerte la madrugada del domingo.


Quedamos en silencio unos minutos. Entonces empecé a recordar las palabras del gangster. Pensé en el supuesto "demonio" que me describió. Todavía me parecía muy Hollywood la idea, pero yo estoy muerto, soy un fantasma, me muevo entre los vivos... Ya son muchas cosas en las que nunca creí y ahora las estaba viviendo. (Aunque esa palabra no es tan literal). Quizas era mucha información de golpe para un escéptico como yo.

Un minuto más tarde, miré el rojo cabello de mi acompañante y decidí salir de mis dudas.

- Cristina, ¿puedo hacerte una pregunta?

- Si, dime.

- Tu que llevas más tiempo que yo en este lugar, quizás puedas responder algo que ha despertado mi curiosidad.
Yo nunca he sido religioso ni nada de eso. De hecho era bastante ateo en mis tiempos, pero he estado preguntándome. ¿Aparte de nosotros, existe alguien más?

- ¿Alguien más? - me preguntó

- Si - continué - me refiero a espíritus ¿"malos"? - Sentí que no necesitaba explicar más. Ella claramente sabía a lo que iba con mi pregunta.

- Te refieres a Demonios.

Nuevamente me recorrió un escalofrío. La verdad es que verme enfrentado a la posibilidad de que realmente existieran demonios o algo parecido me ponía algo nervioso. Ya era bastante extraño estar en esta situación como para además enfrentar el hecho de que todo lo que nunca quise creer, apareciera ante mis ojos.

- Si, a demonios- le dije.

Se detuvo. Miró a su alrededor muy lentamente, como cuidándose de la mirada de alguien no deseado. Saco el cabello de su rostro y lo pasó por detrás de la oreja. Me miro. Sus ojos brillaban. Noté una expresión de sinceridad y de temor en su mirada. Abrió su boca y habló.

- Existen - y bajo un poco la mirada - No te lo había dicho, porque llevas poco tiempo acá, pero es verdad. Hay "seres" que deambulan entre nosotros. Los llamamos demonios, pero la verdad no sabemos qué son. No hemos sabido nada de cielo o infierno, pero estos seres se mueven cada cierto tiempo y se llevan a quien puedan atrapar.

- ¿Atrapar? - dije, pidiendo aclarar un poco más el tema

- Si. Son seres extraños. Generalmente los reconoces porque no tienen aspecto normal. Vienen y atrapan a cualquiera de nosotros y se lo llevan. Cuando me he escondido lo suficiente, he podido ver a algunos de ellos arrastrar a otros del pelo hasta los lugares donde los castigan.

- Espera, espera - interrumpí - ¿A qué te refieres con "lugares donde los castigan"?

Cerró los ojos, como si no hubiese sido correcto hablarme de todo eso. Me volvió a mirar y dijo:

- Lo mejor será que te lleve, para que lo veas con tus propios ojos.

Capítulo 12 - Ellos

Me dio una sensación de peligro. Pero también el deseo de respuestas. Cristina no estaba y hasta el momento no conocía a nadie más.

¿Quién era este personaje? ¿Porqué quiere hablar conmigo?

No sé muy bien qué fue lo que me decidió; recordé que horas atrás el miedo me había alejado de esta casa. Una sensación de que "algo" me empujaba o alejaba. ¿Habrá sido él?. Y si así fué ¿Porqué ahora querría hablar conmigo?. ¿Realmente querrá hablar conmigo?.

Mientras me hacía estas preguntas, lentamente avancé hasta el costado y asomé la cabeza hacia el montón de cajas apiladas.

- Debes tener cuidado, tu eres nuevo. Se nota - me dijo.

Su cara reflejaba miedo a ser descubierto. Constantemente miraba hacia los lados sólo con los ojos. Me llamó la atención que estaba sin zapatos y su ropa estaba un poco gastada.

- ¿Quien eres? - pregunté al fín.

- Soy un rezagado. Uno de los que no quiere seguir - Mordía sus dedos como nervioso, en una actitud muy humana.

El miedo que demostraba parecia algo alejado de lo que yo pensé sería el estar muerto, pero me he sorprendido de lo normal que las actitudes se mantienen despues de morir.

- Llevo mucho tiempo aquí, en esta casa. De mucho antes que llegaran sus actuales dueños. - siguó.

- Esta casa era mía. Vivi en ella mucho tiempo, hace ya tantos años.

- ¿Y porqué sigues aquí? - pregunté.

Y comenzó su historia.

Yo vivía bien. Rodeado de comodidades. Tenia mujeres y mucho dinero. Pero ese dinero y esas mujeres no venían de negocios honestos.
Trabajaba con un grupo de socios en una empresa de transportes hace ya muchos años, pero eso era sólo una fachada para el negocio que realmente nos daba dinero, las apuestas.
Yo era lo que se denominaría un mafioso. Un corrupto. Compraba a policías y al vecindario con cantidades frecuentes de dinero para obtener información y mantener bajo control el negocio.
Un gángster.
Si alguien no pagaba, se enviaba a alguien a "amenazar" y muy pronto llegaba el pago. Esa amenaza no era otra cosa que poner un arma en su cabeza con sólo una bala, apretar el gatillo y hacer que se cagara encima al pensar que iba a morir.
Mucho dinero hice, muchas mujeres tuve desnudas en mi cama, pero el costo ahora lo veo muy alto.
Morí de un balazo en la cabeza en un ajuste de cuentas. Mi sangre cubrió la mesa en la que jugábamos cartas con mis asociados y desde que mi vida terminó, hace ya más de 50 años, he tenido que soportar las torturas de cada uno de quienes murieron bajo mi ley.
En un comienzo me perseguían y me golpeaban con sus manos y pies y nunca se cansaban ni descansaban.
Me arrastré por 3 años bajo lluvias de golpes, patadas e insultos.
Después de un tiempo me dejaron tranquilo y uno de "ellos" me dio una solución.

- ¿"Ellos"? - Interrumpí - Nuevamente hablas de "ellos", ¿Quiénes son?

- Son demonios - y sentí el escalofrío otra vez.

Ellos buscan - continuó - buscan a quienes poder llevarse. Los tientan, los resguardan, pero es solo para poder apoderarse de sus recuerdos, de lo que queda de ellos y tenerlos como esclavos en sus dominios en lo bajo.
Me sentía eternamente condenado a sufrir una eternidad de golpes hasta que quienes sufrieron bajo mi mano me soltaron. Varios días después, cuando veía que nadie estaba cerca, uno de ellos se me acercó.
Era un hombre blanco de unos 30 años. De rostro algo femenino, pero me llamó la atención el que sus manos fueran negras. Si, negras. No era natural y me aterré. Quien se acercaba a mí no era un fantasma como todos los que había visto.
Yo me levanté y corrí, corrí hacia mi casa. igual que cuando un niño corre a esconderse bajo las sábanas de su cama pensando que allí estaría seguro, yo corrí de vuelta a mi casa.
Allí todavía vivían mi esposa y mis dos hijos y cuando llegue y entré, aquel ser de manos negras se alejó.
Cada vez que salía al patio no avanzaba más allá del jardín, temiendo que alguien como él volviera.

- Pero ¿qué quieres decir con esto? - pregunté

- Que mientras estás cerca de personas vivas, en especial tu sangre, ellos no se acercan.

- ¿Y cómo puedes asegurar eso?

- No puedo, pero llevo mas de 40 años en esta casa, acompañando a los hijos de mis hijos y los demonios no se me han acercado.

- ¿Y qué hay de quienes te golpeaban?

- A veces me encuentran y debo soportar sus golpizas durante días.

- Dijiste que quien me acompañó hacia acá era uno de "ellos"

- Si, aunque no puedo estar 100% seguro, sentí algo al verla, en especial ese día que apareciste aquí por primera vez y recorriste el patio de atrás.

- ¿Me viste?

- Claro. Y debo decirte que ella estaba mirándote desde lejos. Y te siguió cuando ibas calle abajo.

- ¿De qué hablas?

- Ten cuidado, no confíes en ella.


La verdad es que no creí nada de lo que me dijo. Quizás estaba algo "tocado" con toda su experiencia. Pero el miedo nació en mi interior. Miedo a lo desconocido. Por primera vez pensé: Yo que nunca creí en dios ni el diablo, que fui un escéptico en todo ahora me enfrentaba a la realidad de que sí había vida después de la muerte. Entonces la pregunta era obvia. ¿Existirán seres tales como demonios?

Caminaba de regreso a la entrada al jardín, miré atrás y el "gángster" no se veía por ningún lado.

- ¡Allí estás!

Giré mi cabeza y reconocí el cabello rojo iluminado por el sol de la mañana.

Capítulo 11 - Cuidando el sueño

Con pasos suaves que parecían no tocar el piso ni mover la suave capa de tierra que lo cubre, seguimos caminando.

- Podrías decirme, ¿porque los perros parecen verme? - pregunté

- Porque así es - dijo, mientras corría el cabello de su rostro.

- Me he dado cuenta - continuó - que muchos animales notan nuestra presencia. Para mi fue muy raro, porque muchas veces estuve de vuelta en mi casa y mi perro no dejaba de ladrar, como si tratara de dar aviso de que podía verme. Mi hija se alteraba un poco con el escándalo y eso me obligaba a permanecer alejada.

- Ya he tenido un par de experiencias al respecto. - le dije

- Es injusto que quienes queramos no nos puedan ver, pero quienes hemos tratado con desprecio, poca responsabilidad, abuso y falta de cariño si puedan.

- ¿Justicia divina? - dije mientras sonreía.

De vuelta en la casa donde estaba Clara y mi hija, le pedí a Cristina si podía dejarme un tiempo a solas, para poder contemplar y pensar respecto a lo que estaba pasando.

Ella accedió, pero me recordó que en esa casa, al parecer había uno de "nosotros" que no me quería cerca, así que tratara de mantener distancia.

Miré desde la vereda del frente hacia la ventana de la casa. El auto estaba allí y se notaba movimiento tras las cortinas.

Ya era de noche otra vez. Miraba. Esperaba. Se encendió la luz de arriba y algo despertó en mi. El deseo de entrar a esa casa para poder arropar a mi hija como muchas veces lo hice mientras pude. Sabía que no era correcto, que tenia que aceptar lo que había pasado y acostumbrarme a la idea de estar lejos, ¡pero la había visto tan poco tiempo!, Necesitaba verla por última vez antes que se fueran.

Miré el jardín. Sentía algo. No sé, pero algo.

Crucé la calle. Miro a la derecha y un niño en bicicleta me sorprendió de pronto.
Tuve la sensación de que me iba a chocar, que estaba ante un accidente inminente pero el niño siguió riendo mientras pasaba sobre mi.

No me acostumbro a esta "vida" aun, debo admitirlo. Todavía veo las cosas como antes.

Al otro lado de la calle, ya de frente a la entrada al jardín, volví a observar el jardín. Escuché al perro ladrar detrás de la casa y suavemente pisé el pasto.

Otro paso, y nada. Ahora no sentía nada cerca. Otro paso. Otro.

Tuve un respingo al oir un ladrido, miré alrededor. Me calmé y di otro paso.

Recordaba las palabras de Cristina mientras avanzaba, "mantén distancia", "mantén distancia".

Otro paso. Cada vez más cerca de la puerta. Miré atrás. Nada. Todo en silencio. Me sentí muy caradura de llegar a la intimidad de esa casa. Al fin y al cabo, allí había personas viviendo su vida con todo el derecho a que nadie los espiara. Pero yo no los iba a espiar, sólo quería ver a mi hija nuevamente.

Crucé la puerta - Debo decir que no sé porque siempre entro por la puerta, cuando podría hacerlo por cualquier lado; la poca costumbre supongo.

El living estaba vacío. Miré las fotos en la pared y no reconocí a nadie, hasta que en una estaba Clara, en una fiesta con un vaso en la mano rodeada de personas en traje con camisas fuera del pantalón. Estaban riéndose mientras se ponían gorros de papeles.

Al parecer eran compañeros de trabajo, pero no me acuerdo de ninguno. Tampoco solía visitarla mucho en su oficina, así que no podría decir que conozco a quien le agarraba la cintura con tanta confianza.

Empecé a subir la escalera. Podía sentir los pelitos de la alfombra que cubría los peldaños a medida que avanzaba.

Entré a una pieza, pero no era la correcta. Una señora mayor dormía. tranquilamente.

A otra no necesité entrar, ya que los ronquidos avisaban que era el dueño de casa.

Y finalmente llegue. Entré y allí estaba. Profundamente dormida abrazada a un oso de peluche. Un vaso de leche sin terminar descansaba en un mueble apegado a la cama.

A pesar de lo grande que estaba, aun necesitaba alguna luz encendida para poder dormir.

La miré mucho rato. Mucho. Hasta que la luz que salía del clóset fue más débil que la que entraba por la ventana.

Recordé cuando jugábamos en la cuna, cuando se hizo pipí encima mío, las horas que la pasee para hacerla dormir, cuando empezó a hablar y miles de otros momentos maravillosos.

Sentí pasos. Clara entró a la habitación y tiró una chaqueta cerca de donde me encontraba. Movió el pelo de Camila para despertarla y le susurró que ya era hora de volver a casa.

Se dió vuelta y abrió el clóset para sacar la maleta.

Camila se estiró, todavía con sueño y se armó de ánimo para ir a la ducha.

- Trata de no demorarte, voy a servir el desayuno - Le dijo su madre.

- mmmmmmm... - fue lo único que respondió mientras arrastraba los pies hacia el baño.

Decidí salir. Tenía que dejarla seguir su vida tranquila. Había disfrutado su compañía y había vigilado su sueño como nunca antes. Pero sabía que trataría de acercarme a ella cuando entrara a la universidad, o se casara, o cuando tuviera su primer hijo...

- Oye tú!

Giré mi cabeza y vi a un hombre escondido detrás de las cajas al lado de la casa.

- Necesito hablarte - me dijo

- ¿Puedes verme? - pregunté incrédulo

- Claro. Tu eres como yo. Ven aquí.

Con mis ojos traté de buscar a Cristina al otro lado de la calle, pero no la vi.

- Rápido, ven antes que vuelva. No puedes confiar en esa mujer. ¡Es una de ellos!

Capítulo 10 - La historia de Cristina

Cristina me llevó de la mano subiendo por el camino que había recorrido durante la noche. Avanzamos lentamente y, mirando el suelo, empezó a hablar.

- Cuando preparaba la maleta el día que pasó todo- dijo - discutí fuertemente con mi marido. Habíamos acordado el viaje a la nieve toda la semana y el, el día anterior se había ido de tragos con sus amigotes.
Llegó muy entrada la mañana. Apestaba a alcohol y apenas podía modular palabra.
El tenía que conducir, porque yo no había ido nunca a la montaña y no conocía el camino. Pero en el estado en que se encontraba, era imposible pedirle nada.

Al tomar la chaqueta, continuaba roncando y le grite que era el colmo la irresponsabilidad que habia tenido para con nosotras. Se despertó e inútiles disculpas salían de su boca.

- Dame un minuto... si igual estoy bien - hablaba con ojos entreabiertos.

Pero mi rabia era muy grande. No por mi, sino porque Pamelita estaba muy entusiasmada. ¿Cómo le decía ahora que el "heroe" de su padre con suerte podía mantenerse en pie?

Así que después de gritarle en su cara lo desconsiderado y mal padre que había sido y después de recibir gritos de vuelta acusándome de perra enojona y exagerada, tome la maleta, a Pamela de la mano y salí con ella rumbo a la cordillera. No sería "el lugar especial" que él quería conociéramos, pero llegaríamos a la montaña igual.

Traté de explicarle a Pame que su papá se sentía medio mal y que no podía acompañarnos. Aunque estaba segura que a su "papito" le daba lo mismo ya que ni siquiera sonaba el celular, cosa que aumentaba mi ira. Realmente le importaba un comino o todavía la juerga lo tenía en la cama.

La rabia me daba vueltas y miles de pensamientos llegaban a atormentarme... cuando perdí la concentración...

Volví a reaccionar con un bocinazo y un grito de Pame. Un auto apareció en mi carril. Traté de frenar, pero no fui muy habil o lo resbaladizo del piso con la nieve me jugo en contra.

Un gran estruendo me sacudió y sentí el grito ahogado de mi hija mientras en cosa de segundos veía como todo saltaba dentro del auto, mis pies se apretaban contra todo, mi cuerpo se levantaba, era golpeado y caía y por la ventana veía el piso, el cielo, el piso, el cielo.

Negro.

Al abrir los ojos, sentía la cara y mi cuerpo empapados. Como si me hubieran sacado recien del agua. Tenía frío y busqué a Pamelita con los ojos. Sentía un dolor enorme en el cuello, pero giré igual la cabeza para ver atrás. Estaba inconciente, con un montón de vidrio picado encima y salía sangre de su nariz.

Con las manos tiritándo abrí mi cinturon mientras sentía un murmullo de voces que iba creciendo. No pude acercarme a ella porque un dolor punzante demasiado fuerte me envolvió las piernas. Tenía algo incrustado que sacaba mucha sangre de ellas. El dolor era enorme, pero necesitaba saber que Pame estaba bien. Así que apreté los dientes y me acerqué de un golpe hasta tomarla de la mano. Grité de dolor, pero logré acercarla a mi. Estaba inconciente, pero su corazón latía.

Un segundo después, el auto estaba rodeado de algunas personas que trataban de abrir las puertas.

Uno de ellos eras tú - levantó la vista y me miró.

- Recuerdo ese día - dije y apreté más su mano - Fué hace varios años. Yo venía de hacer unas fotos en Los Andes. Venía detrás del auto que quería adelantar al camión.

- Pues no sé como fue realmente. Sólo recuerdo el momento en que reaccioné y ya tenía al auto encima - continuó - Tu apareciste y abriste la puerta de atrás, sacando a mi Pame. La alejaste del auto y te quedaste siempre con ella. Un caballero gordo, que después supe era el conductor del camion, trataba de sacarme del volante, pero era imposible. El fierro en mi pierna me tenía paralizada.

La sangre seguia saliendo y sentía más y más frío. Empezaba a sentir sueño, como nunca habia sentido. Y antes de que todo se fuera haciendo más negro, más silencioso y lejano, pude ver que Pamela abría los ojos.

De pronto, estaba al lado tuyo, de Pame y me sentía tranquila. Como si estuviera soñando la situación, pero voltee y allí estaba el Station, hecho añicos. Con el techo concavo y con un gordo a mi lado.

Sabía lo que había pasado. Pero no entendía porque estaba allí, de pie, mirando todo. Y cuando Pamelita empezó a llorar lo supe. La levantaste, la subiste a tu auto y aceleraste para llegar al hospital más cercano.

Me quedé con ustedes todo el camino en el auto, los seguí a emergencias, te ví cuando ingresaste a mi hija a tu nombre y cuando hablabas con carabineros. Estuve contigo mientras esperabas la respuesta de los médicos y me sonreí contigo cuando dijeron que a pesar de las contusiones, ya no corría peligro.

- Tuve que dar declaraciones de todo lo que pasó - le conté.

- Gracias a tí, mi hija siguió viva. Pudiste esperar a que llegara una ambulancia, pero decidiste ir en lugar de esperar. Siempre recordé eso.

- ¿Y cómo supiste quien era yo, después de tantos años? - mis ojos recorrían su brillante cabello rojizo.

- Te visité muchas veces después del accidente. No quise entrometerme en tu vida. Sólo desear que estuvieras bien, como agradecimiento por lo que habias hecho.

Ayer supe lo que había pasado y empecé a buscarte.

- Muchas gracias - ahora mi mirada se centraba en sus ojos tristes - Espero que tu hija esté bien todavía.

- Ahora está en Octavo Básico, es muy inteligente - sonrió nuevamente.

- Que bien, me alegro muchísimo - respondí y seguimos tranquilamente camino arriba.

Minutos después, la tarde empezaba a caer y el viento soplaba otra vez.
Miré a Cristina y una pregunta nació en mi mente.

- Oye?, quizas puedas aclararme algunas dudas que he tenido desde mi muerte - le dije.

- Claro, ¿Como cuales? - me preguntó

- ¿Porqué no hay nadie más?, sólo te he visto a tí.

- Mmm, la verdad es que en este lugar hay mucha gente. Pero aun no los sabes ver.

Capítulo 9 - La mujer de pelo rojo

Me volteé instantáneamente y pude ver, al otro lado de la casa, a una mujer de cabello rojo haciendo un gesto con su mano para seguirla.

Extraña sensación. Me había tocado, yo lo sentí. Pero estaba por lo menos a 20 metros de mi. Un escalofrío me recorrió la espalda.

Me alejé del accidente y fui al lugar donde estaba ella.

La perdí de vista un segundo. Apareció y se perdió tras la pared de la casa vecina.

Me apuré, ella pudo verme, ella podía darme respuestas. Era la única persona que me había visto.

Al llegar a la esquina, estaba esperándome.

Vestía un delgado vestido a flores sobre su blanca piel y su cabello rojo era liso y se movía suavemente con la brisa. Alta, delgada. Una mujer como siempre me gustaron en vida.

- Hola - me dijo suavemente después de unos segundos.

- Hola - respondí

- Debes de estar asustado, pero necesito hablar contigo. - Su voz era una suave caricia en estos momentos.

- Yo también, eres la primera que se da cuenta quien soy - afirmé sin dejar de mirar sus ojos celestes, profundos e iluminados. - No he visto a nadie como yo.

- Ven conmigo, caminemos hacia los árboles.

Tomó mi mano y sentí frío en los dedos. Al avanzar, el entorno me daba vueltas, como cuando has tomado una buena cantidad de vodka. Finalmente, llegamos a unos árboles en el jardín de alguien.

Apoyó su espalda en el tronco y yo quedé de pié bajo la sombra.

- Las cosas no son como tu piensas - dijo casi sin abrir sus labios - La curiosidad es algo muy natural en este estado, pero debemos permanecer distantes.

- Pero, quiero ver a mi hija, necesito verla otra vez - reclamé

- En este momento no puedes, debes alejarte. Nosotros podemos ser espectadores, pero no podemos estar constantemente cerca de ellos, eso atrapa. Hace que te quedes en un lugar y después de un tiempo, sientes que sigues vivo y que quienes se acercan a tus dominios son enemigos.

Recordé lo que pasó en la casa donde vi a Clara y a Camila y dije

- Creo haber vivido algo así hace algunas horas

Agachó su cabeza y el viento empujó el cabello de su nuca hacia adelante. Levantó su mano y lentamente devolvió el rojo a su lugar.

- Posiblemente sea alguien que permanece en el lugar por donde te movías - dijo

Entonces, nuevamente tomó mis manos. Las abrazó con las suyas, las elevó y besó.

- Ven conmigo, tenemos mucho de que hablar

Caminamos por la acera. Los niños a lo lejos lloraban y las madres y vecinos se aglomeraban alrededor de la ambulancia. La policía hacía preguntas a los testigos y alguien tomaba fotos del suceso.

- ¿Quién eres? - pregunté al fin.

Se detuvo. Giró la cabeza y el viento otra vez elevó sus cabellos. El sol hacía hermosos brillos en su corona y sus ojos brillaban con envolvente belleza.

- Cristina - y una sonrisa apareció en su rostro.

- No te conozco, ¿cierto?

- Aun no

- ¿Y porqué quieres ayudarme?

- Porque tu ayudaste a mi hija

Capítulo 8 - Policias y ladrones

Desde la mañana que no sentía tan fuerte el sol sobre mi rostro. Nunca fui un fanático del calor; pocas veces iba a la playa esos días de 35 grados. Normalmente me refugiaba bajo alguna sombra o la visitaba cuando el sol se podía ocultar a ratos entre las nubes. Pero el día era árido y los niños jugaban en los patios de las casas.

Una mamá colgaba la ropa mientras su perro arrancaba con unos calcetines. Entré al jardín y disfruté mientras ella corría tras el peludo animal.

Llegue donde jugaban los niños. Ladrones y policías, con placas hechas de cartón. El más grande de los cuatro no le llamaba la atención y prefería sumergirse en la piscina.

Estuve unos minutos observando y recordando a mis amigos cuando íbamos a la piscina de los marinos. Pagábamos la entrada y estábamos toda la tarde en el agua.

Me estiré en el pasto, miré el cielo mientras me deleitaba con las risas y el sonido del agua cuando de pronto un sonido de llantas y un golpe seco rompieron la calma.

Me levanté, literalmente, en una fracción de segundo y miré a la calle.

El más pequeño de los niños, al parecer arrancando de los "policias", había querido escapar cruzando la calle.

Voltee mientras los otros gritaban, buscando a la mujer del perro con el calcetín, pero no la veía.

- ¡Carlos!, ¡Carlos! - Le gritaban los otros niños para hacerlo despertar.

El conductor se bajó y celular en mano, tiritaba y le temblaban las piernas mientras pedía ayuda.

Carlos estaba inmóvil y mi desesperación era inmensa, como si mi propia hija fuera quien estaba frente al parachoques.

Yo también estaba tiritando, seguía buscando a la señora del perro. El conductor ahora estaba sentado en el piso con una mancha de vómito en su costado.

Carlos no reaccionaba a ninguno de los gritos de los niños. Sólo crecía una pequeña mancha roja tras su espalda.

De pronto llegó corriendo la mujer envuelta en gritos de terror, se llevaba las manos a la cabeza y se tiró de rodillas al piso para tratar de hacer reaccionar al pequeño.

Yo comencé a acercarme. No sé como pero sentía que podía ayudar. Y entonces, sentí que me tomaron del brazo.

Capítulo 7 - Me puse curioso

Traté de dejar atrás el incidente con la señora fallecida y me llegó una idea. Si podía entrar a una casa y ser testigo de lo que pasaba de forma sigilosa, ¿porque no recorrer un poco otras casas para ver como la gente se comporta cuando no hay "nadie" mirando?.

Todos siempre tuvimos el deseo de ser invisibles y caminar por las habitaciones de la casa de la vecina y poder espiar lo que hacían nuestras compañeras de curso y descubrir los secretos que alguien trataba de ocultar.

Así que entré en una casa y recorrí el dormitorio. Niños dormían plácidamente. El la otra habitación una mujer roncaba sobre el pecho de su pareja.
Los miré un rato y desee tanto poder sentir el calor de una mujer abrazándome mientras descansaba en mi cama.

Tranquilamente me retiré y al pasar observe las fotos de la familia. En el zoológico, en la nieve, vestidos de payaso. Sonreí.

- Esta gente es buena onda - pensé.

Al entrar en ya la séptima casa de la avenida era ya de mañana. Subí al segundo piso de una casa blanca de madera buscando al o los ocupantes. Al llegar al dormitorio vi a un joven dormir desnudo entre las sabanas. El aire olía a alcohol y sexo.

Se abrió la llave de la ducha y atravesé la pared del baño.

Era una mujer de piel blanca que, desnuda, terminaba de lavarse los dientes justo antes de mirarse en el espejo con cara de arrepentida.

Hermosa mujer que junto al vapor que se formaba de la ducha producían un ambiente de ensueño ante mis ojos. Se cubrió por las gotas de agua mientras su cuerpo era recorrido por un jabón aroma a jazmín.

Miré mi propio cuerpo, miré mis manos. Traté de ver mi cara en el espejo, pero fué imposible. No tenía reflejo. Sólo vi el vapor de la ducha caliente.

Observé un rato más a esta belleza hasta que cerró la llave y cubrió su cuerpo con una toalla. Salió al dormitorio dejando salir el vapor y secó su cabello con otra toalla. Momentos más tarde, apretó la toalla y se la tiró en la cabeza a quien todavía roncaba boca abajo.

- Ahhhh.... quuee ondaa? - murmuraba mientras se sacaba la toalla de encima

- Levántate, que estoy atrasada - le increpó - y cierra bien la puerta cuando salgas.

Subió sus jeans y rápidamente se puso una polera sin usar un sostén debajo. Calcetas, zapatillas. Tomo unos cuadernos y un bolso de una silla y se acercó hacia mi.

Yo no alcancé a moverme, me paralicé y de pronto ella pasó por sobre mi.

Un segundo después, se detuvo y giró lentamente su cabeza.

- Si ya voy - le dijo el levantándose.

Ella miró extrañada, miró el suelo. Giró su cabeza y bajo la escalera.

Salí de la casa y la vi alejarse en su auto.

Me disponía a seguir calle abajo cuando de reojo, siento que alguien me mira. Me dio un escalofrío y voltee a mi derecha y alcancé a ver un segundo a una mujer de cabello rojo justo antes de que desapareciera detrás de una micro.

Capítulo 6 - Calle abajo

La noche avanzó tranquila, no había mucha gente. Camino y veo a las personas que se abrigan y apretan las bufandas a su boca. Es extraño no sentir frío. Siento el viento, pero no el frío. Es complicado acostumbrarse a esta situación.

Miro las copas de los árboles en la alameda bailar con el viento que las empuja y me da una sensación de paz que antes no había tenido. Una sensación de tranquilidad diferente a cuando vivía. Como un estado de sopor, pero sin un ápice de cansancio.

Disfrutaba este momento cuando algo empieza a crecer a medida que avanzo. Algo me decía que en la casa que venía, alguien me llamaba. Alguien necesitaba que estuviera allí.

A diferencia de la casa en la que estaban Clara y Camila, a esta pude entrar sin problemas. No es tan raro como imaginé el cruzar una pared o puerta. Tenía dudas al respecto, pero simplemente avancé y ya estaba dentro.

No se veía gente. La sala estaba vacía, pero se escuchaban murmullos, algunas voces.

La luz venía del piso de arriba y empecé a subir la escalera. Al llegar, miré y la penúltima pieza del pasillo tenía la puerta abierta y de ella salió una señora con un pañuelo en la boca que avanzó al fondo, abrió, encendió la luz y cerró.

Me acerqué muy lentamente, pensando que me podrían escuchar. Me sentía un intruso, pero algo me había llevado allí.

Asomé mi cabeza por la puerta y la pena inundó mi corazón. Una cama grande en la que descansaba una señora mayor de rostro cansado y delgado. Rodeada de 2 niños, una señora joven (al parecer la madre de los niños), un hombre mayor y la señora que volvía del baño.

Hablaban muy bajo, se miraban con mucha tristeza y la señora miraba al techo con los ojos semi cerrados. Los niños lloraban en silencio y su madre les hablaba al oido.

La señora que volvía del baño sobó los hombros al hombre que, sentado en una silla al lado de la cama, tomaba la mano de quien estaba en la cama.

No sé quienes eran. Jamás los había visto en mi vida, pero me sentí como si esa hubiese sido mi familia. Miraba las manos de ella y la piel como papel me evocaba mi niñez cuando mi abuela me cuidaba al estar enfermo y podía sentir sus manos con piel seca sobre mi frente para sentir la temperatura.

El aire estaba liviano. No había ruido. Tampoco plegarias. Sólo silencio.

Cuando volví a mirar los ojos de ella, ella ya miraba los míos. Un escalofrío me recorrió y me sentí descubierto. Alejé mi cabeza de la puerta y esperé unos segundos.

cuando volví a mirar, ella aún me miraba y esta vez su boca comenzó a esbozar una sonrisa. Un minuto después, recorrió a cada uno de los que la cuidaban con sus ojos y volvió a mi.

Se quedó así unos momentos y después empezó a cerrarlos.

El hombre a su lado, empezó a llorar al sentir que la mano se soltaba suavemente y que la hora había llegado.

La madre abrazó a sus hijos diciendo - Ya todo pasó, ella está mucho mejor ahora - Los niños empezaron a llorar nuevamente.

La señora volvió a salir al baño con los ojos llenos de lágrimas.

La pena me abrumó, me sentí muy dolido por lo que estaban viviendo. Es terrible cuando alguien que amas se va.

La señora estaba quieta en su cama, con ojos cerrados y la cabeza semi de lado apoyada en su almohada. La miré y creí que iba a ver un espíritu o algo como siempre vi en las películas salir de su cuerpo. Pues debo decirles que no vi nada. Pero si sentí como si alguien hubiese pasado a mi lado y movido el aire. Pero miré y a nadie vi.

- Y si ella fue quien pasó a mi lado - pensé

Salí de la casa, busqué alrededor y lo único que vi fue un perro al otro lado de la calle que me miraba fijamente.

Capítulo 5 - ¿Qué evita el paso?

Empezó a caer la tarde, el viento sopló más fuerte y todo se torno sombrío antes que la puerta se abriera. Era el tipo con el cual Clara rehizo su vida.

Un hombre un par de años mayor que ella y que ya llevaba una separación y un hijo. Vive con Clara y Camila, pero su hijo, en otra ciudad con su madre.

Desde que nos separamos, ella comenzó a juntarse con él en busca de apoyo. Pasó un tiempo y lo que era amistad se convirtió en amor. A pesar de que ya no estuviéramos juntos, siempre me sentí bien de saber que su vida y la vida de Camila pudieron estabilizarse.

Mientras Jorge botaba la basura, yo estaba a su lado, tratando de leer su mente. Mirándolo a los ojos, esperando descubrir si seguía amando la familia que ahora poseía.

Segundos después regresaba a la casa y quise entrar, pero no pude.

Comencé a rodear la casa, miraba a través de las ventanas y veía las siluetas en el interior. ¿De quién era esta casa? ¿Algún pariente o algo?, porque la casa de ellos estaba bastante lejos.

Llegué a la parte de atrás y se dejaba ver un terreno con pasto bastante grande. En el patio había un perro descansando que me asustó. Siempre me asustaron un poco los perros. Y fue raro, porque estoy muerto y podría jurar que el animal me miró y me siguió con la mirada, pero no ladró. No emitió un solo sonido. Solo se quedó quieto y sus ojos siguieron mis pasos mientras avanzaba.

Por el otro lado de la casa, encontré unas cajas llenas de cachureos.

Alcancé a ver cuadernos usados, zapatos viejos y algunos discos rotos. Traté de tocar uno y sentí una presión en mi espalda.

- ¡Chucha! - exclamé y giré rápidamente, pero no vi a nadie.

Miré alrededor y nada. No había nadie.

Retrocedí y empecé a alejarme de la casa. Sentí un poco de miedo. Miedo a lo desconocido.

Me sentí como novato, como iniciado en algo incomprensible.

- Volveré a verlas mañana - pensé.

Caminé hacia la entrada y avancé calle abajo.

Capítulo 4 - En el viaje

Mientras avanzábamos no sé hacia donde, miraba a Camila y recordaba sus primeros días. Cuando tuvimos que correr para alcanzar un colectivo vacío. Mi mujer con su panza enorme y yo atrás con las maletas armadas a medias.

La Clínica estaba casi copada y llamamos para reservar alguna habitación.

El proceso fue largo y tenso. Clara apretaba mi mano con cada contracción y mis nervios aumentaban minuto a minuto. El doctor estaba dejando pasar un po...

- ¿Cuánto falta? - dijo Camila suavemente, mientras miraba sus zapatos negros.
- No mucho - respondió Clara.

Al mirar su mejilla, me concentré un un suave brillo. Una lágrima había rodado. Luego levantó un poco la mirada para ver pasar los árboles fuera del auto.

Me quede un minuto observando su rostro y los recuerdos volvieron a mi mente.

Al par de horas de llegar a la Clínica, había nacido. No sin dificultad, fue un gran esfuerzo de su madre y pudo tomarla en sus brazos y encontrarse cara a cara con la niña que llevaba en su interior.

Me hicieron pasar a una sala en donde la lavaron, le pusieron un pañal y la arroparon. Segundos después de la revisión del pediatra, la pude exhibir a través de una ventana a la familia que había ido a presenciar el evento del año.

Felices. Mi mamá no se podía levantar por un problema en la espalda, así que entre 2 tíos la acercaron hasta el vidrio y pude ver la alegría en su rostro al ver a su nueva nieta.

Al par de horas Camila ya estaba en compañía de su madre tomando pecho.

Realmente una belleza ver el cuadro. La más hermosa de las niñas bebiendo del pecho de la más hermosa de las mujeres. Me sentí tan afortunado de poder estar viviendo semejante momento y de que esa pequeña fuese una parte de mi.

El auto se detuvo. No reconocí el lugar. Era una casa algo desatendida, pero que dejaba ver un pasado de elite.

Tenía una fuente aunque no salía agua. Y un gran espacio verde con un arbol al fondo.

Salieron del auto y caminaron al interior de la casa. Yo no sabía muy bien que hacer; en este estado incorpóreo me sentía muy confundido. Me acerqué a la fuente y traté de reflejarme en la superficie algo lodosa, pero no era posible.

Decidí tratar de entrar a la casa, pero sentía que algo me impedía el paso.

No lograba acercarme, como si algo me bloqueara. Retrocedí y decidí esperar a que alguien saliera.

Capítulo 3 - Ella




Han pasado varias horas. Ya es muy entrada la noche.

Es extraño no volver a necesitar dormir, en especial para alguien como yo que siempre quería quedarse un rato más entre las sábanas. Ahora estoy simplemente observando todo de forma muy calma y silente mientras pasan los minutos.

Caminé por la casa mirando cada uno de los recuerdos colgando en las paredes. Las fotos de mi niña con traje de baño en su primera visita a la playa, la foto de mi mujer con ella en brazos cuando llegamos de la clínica y cuantas otras imagenes llenas de momentos agradables.

Miraba la cama con ganas de acostarme y dormir para despertar no se donde ni cuando, pero mi cuerpo no sentía necesidad de descansar. Estaba muy reposado.

Paseaba por la casa mientras la claridad del nuevo día iba haciendo prescencia en las habitaciones cuando siento que la puerta se abre.

Con sólo desearlo, llegue al living y pude ver que quien entraba era la madre de mi hija. Venía acompañada de un par de primos y de un encargado de funeraria.

Venían a revisar entre mis cosas para llevar algo de ropa. Movieron cajones, puertas y cajas. Encontraron lo que buscaban. Mi traje negro colgado detrás de un abrigo. Sacaron zapatos y guardaron todo.

Decidí ir con ellos. No quería seguir en esa casa. Necesitaba saber que había sido de mi hija y si ella había ido a mi casa, seguramente mi hija podría estar cerca.

Avance tras ellos y subí al auto donde ellos entraron. Es extraña la posición que adopté. Era como sentado detrás del conductor, pero mirando hacia atrás, directamente a las caras de los ocupantes.

Ella parecía serena, como si pensara en otra cosa. La verdad yo no pensaba verla aparecer en la casa. Quizas a un hombre de la funeraria y eso. Pero verla entrar con el liderazgo que siempre mostró y hacerse cargo de este momento me pareció una sorpresa.

Nadie habló durante el viaje. Miraban por la ventana y uno de los primos le tomó la mano para indicarle que ya estabamos llegando. Me giré y pude ver la funeraria.

Un hombre abrió la puerta y todos salieron llevando mi ropa consigo.

Pasé la noche cuidándome y a la mañana siguiente me subieron a la carroza.

Me subí en la parte de atrás y recorrí el camino hasta el cementerio.

Sólo habían 5 personas esperando. Mi ex mujer, los dos primos, un parroco y una pequeña niña.

Era ella. ¡Que grande estaba!. Tanto tiempo que no la veía. Que irónico el poder hacerlo ahora y que ella no pueda verme.

Fue el funeral más corto al que he asistido; el parroco dijo unas palabras, una oración y listo. De a uno se acercaron a colocar algunas flores.

La primera fue mi querida hija. Yo apoyaba mi cabeza sobre el ataúd para poder ver mejor su cara; se veía triste, pero parecia aguantar su tristeza.

Siguió su madre y los primos. Un minuto después el feretro empezó a descender y cubrieron todo.

Al empezar a alejarse yo continuaba mirando la conva en la superficie del terreno donde ahora descansaba mi cuerpo. Pero reaccioné al escuchar el ruido de un motor. ¡Se iban!.

Rapidamente subí al auto y me fui con ellos.

Capítulo 2 - La mañana

Pasó toda la mañana y nadie vino a la casa.

Mi cuerpo inmóvil seguía donde mismo. La sangre se había secado y yo miraba por la ventana por alguien que pudiese entrar y descubrir lo que había pasado.

Minutos más tarde, escuché golpear a la puerta.

- ¿Abran? - escuché.

- Es la policia.

Miré mi cuerpo y vi que a un costado estaba el teléfono descolgado. Seguramente fue cuando traté de llamar, pensé, pero no lograba recordar si había hablado o no.

Pero estaban allí, quizás rastrearon el número o no se como, pero estaban allí.

Pasaron como 3 minutos y la cerradura comenzó a sonar. De pronto, la puerta se abrió y entraron 2 policías, una señora y el arrendatario.

De inmediato se acercaron al cuerpo y uno de ellos regresó para alejar al dueño y a la señora.

- Yo sabía que algo había pasado, era sangre lo que había afuera, lo sabía - decía la señora mientras la acompañaban afuera.

- Necesitaremos su testimonio más tarde, acompáñeme... - y salieron de la casa.

Yo miraba como el policía se sacaba su gorra, la ponía en la mesa y me miraba para saber si yo seguía con vida.

Un rato después llegó una ambulancia. Metieron mi cuerpo en una bolsa y me subieron.

Algunos policías sacaron fotos del lugar y de donde caí junto al teléfono.

Mientras se alejaban y el dueño de la casa cerraba con llave, me quede mirando un minuto la foto que estaba sobre la mesa de centro. Era de ella.

Capítulo 1 - Y sucedió


Finalmente pasó.

Sólo en mi casa, un día de mayo.

Iba llegando, estaba por abrir la puerta cuando un flaite que salió de no sé donde me agarro del cuello y me puso un cuchillo en mi costado.

- ¡Suelta la billetera!, conchetumare

Yo me asusté como nunca antes, trataba de llevar mi mano a mi bolsillo a pesar de que los nervios me entumecían.

- ¡Suéltala gueón! - me dijo otra vez.

Mi billetera yo la guardo adelante, porque atrás es peligroso. Te la pueden sacar. Que ironía porque el flaite, al ver que mi mano no iba al lugar usual para una billetera, me pegó en el pecho con la cacha del cuchillo.

- ¡Pa'onde vay gueón! - y nuevamente me puso el cuchillo en el costado y me apretó más el cuello.

Le dije que le iba a pasar la billetera, que se calmara. Pero eso lo enfureció.

- ¡Te creí muy choro gueón! - me dijo.

- No, no - le dije.

- ¡Pasala! - ya gritaba.

De pronto se sintió un ruido, como de alguien acercandose. Eso aflojó la presión de mi cuello y yo cometí el peor error de mi vida. Traté de safarme.

Cuento corto, me safé, me agarró, me clavó el cuchillo, me quito la billetera, me sacó el cuchillo y salió corriendo.

Me entró el pánico a estar grave, estiré mi mano y abri la puerta. A gatas entré y cerré. No quería que volviera por más. Me acercaba al teléfono cuando me miré la herida. Y era más grande de lo que pensaba.

Tomé el teléfono y marqué 133, el único número que me vino a la mente. Esperaba que respondieran mientras sentía que los sonidos se alejaban, que la imagen se distorsionaba como cuando estas ebrio.

- Carabineros buenas noches

Todo se volvió negro. El sonido desapareció, como cuando te desmayas o se te apaga la tele con los copetes. No supe nada más.

Cuando abrí los ojos, ya era de mañana. Pero había algo raro.

Estaba de pié. Mirando hacia la ventana. Estaba tranquilo. No sentía dolor ni nada.

Entonces recordé lo que había pasado.

Giré mi cabeza y vi mi cuerpo sobre una gran mancha roja en la alfombra del living.