viernes, 4 de mayo de 2007

Capítulo 15 - Miedos de niño

Los árboles al otro lado de la laguna se veían muy oscuros. Ramas tupidas cubrían la visión y no alcanzaba a divisar el otro extremo del camino.

Caminábamos con cautela, apenas tocando el suelo. Cristina tomó mi mano y apretó ligeramente. Pensé que quizás ella había huido antes de ellos, pero no parecía intranquila en la presente situación. Quizás porque esta vez iba con un inexperto muerto hace sólo unos cuantos días.

Con una señal de Cristina, nos agachamos y escondimos tras unas malezas. Así permanecimos unos minutos. Miraba a mi compañera en busca de una palabra aclaratoria o una pista de lo que estábamos esperando, pero me hizo un gesto de silencio.

Agachados, callados, en la oscuridad un recuerdo llegó a mi mente.

9 ó 10 años tenía cuando en las noches, ir a dormir me llenaba de temor.
No recuerdo muy bien cómo comenzó todo, pero cada noche en medio de la oscuridad, cuando empezaba a sentir que el sueño se acercaba, quedaba atrapado en el punto justo donde la vigilia pasa a ser sueño. Entonces el cuerpo dejaba de responder a mis actos.

Empezaba sintiendo un ruido lejano como un tren que se acercaba. Podía aún ver el techo de la pieza, lejanamente, medio nublado y podía también ver mis manos inmóviles a los lados del cuerpo.

El sonido aumentaba, aumentaba y una sensación parecida a la que uno tiene cuando se deja caer de espalda para que otra persona lo atrape, esa como hormigueo ante la duda en la espalda, pero constante y en aumento. Era como si me clavaran un cuchillo lentamente en la zona lumbar y mi espalda comenzaba a levantarse y la desesperación me atrapaba.

Entonces sentía más ruido, más clavadas y miraba mis piernas, mis manos que aún no se movían, pero yo sabía que si lograba mover un sólo dedo, yo despertaría.

Realmente creía que a las personas no les estaba permitido enterarse de este paso al estado "dormido", que por eso nunca la gente se daba cuenta cuando ya estaba dormida, pero yo con 10 años, el pasar por esta experiencia hizo que tuviera mucho miedo de la oscuridad de la noche.

Lo que me pasaba lo conté a mi madre, pero ella pensó que eran cosas de niños. (Cómo si los niños por ser niños no importaran); que me fuera a dormir. Pff, como si fuera muy agradable.

Otras veces me acostumbré a dormir de lado, en posición fetal. De este modo, cuando venía toda la sacudida podía concentrarme, estirar las piernas y despertar. Pero muchas veces olvidaba hacerlo y me veía enfrentado a la situación de mover un dedo u un pie para poder escapar.

Muchas veces me dormí sentado. Así no solía pasar nada. Pero no era nada agradable.

Otras veces, en la oscuridad, miraba las paredes del cuarto pensando que cuando llegara ese momento los ruidos y todo lo que sentía saldría de las paredes. Creía que aquello que me torturaba estaba en mi pieza siempre, pero que sólo podía verlo o sentirlo en ese estado de semi somnolencia.

Todo esto hizo que cuando crecí un par de años, ponía la cabeza en la almohada y me dormía casi instantáneamente. Quizás una respuesta de mi consciencia ante el temor de esos años.

Y aquí estaba. Escondido tras unas malezas, con una mujer que realmente no conozco esperando para espiar a demonios que torturan muertos. Esta noche iba a saber si aquellos demonios que torturaban mi sueño no eran nada comparado con lo que veríamos en un rato más. Siempre que no nos descubrieran antes.