viernes, 4 de mayo de 2007

Capítulo 16 - Agazapado

Tenía 22 años cuando desperté cerca de las 2 de la mañana un miércoles de invierno con un temor muy profundo. Sentí la sensación de desaparecer... La idea de morir y dejar de pertenecer al mundo que conocía. Mi mente asoció el momento de la muerte como el "off" de la máquina que me mantenía en movimiento, como si simplemente alguien bajara el switch de mi conciencia y yo quedase apagado para siempre.

La duda recorría mi mente cada día y recordaba la inexistente consciencia que experimentaba cuando me había desmayado. Una imagen negra de la cual no me enteraba y que el paso de los segundos, minutos u horas no influían en mi.

Recordaba que perdí la conciencia un par de veces por exceso de alcohol y que no lograba recordar nada y que durante las horas en que mi cuerpo yacía en una cama no existía nada en mi mente. Ni un sueño, ni una imagen, ninguna sensación...

Ese miedo a dejar de existir y perder mis recuerdos, la imagen de quienes quería y de las cosas que me hicieron feliz me atemorizaban ante la inminente llegada del momento fatal. La religión para mí no era una solución, siempre he visto a las personas religiosas como buscando algo que los calme, pero sin lograr una verdadera respuesta. Sólo quieren creer que algo va a pasar, pero para mi eso no era la solución.

Mi madre no tomaba muy en serio mis pensamientos, ella es creyente de dios y asegura que él hace todo como si fuese un gran plan celestial en que todos somos piezas. Esta idea me molesta ya que las cosas malas que pasan en el mundo no pueden estar tan fríamente planeadas y si es así, considero que dios es un tirano.

Trataba de recordar cuando estaba en el colegio y las veces que mis compañeros me cubrían alguna maldad, haciéndome sentir un poco "líder"... Como esa vez que sólo por gueviar sacamos los parquet del piso para jugar al disco en la sala. Todos dijero que fueron los de la mañana, incluso aquellos con quienes no me juntaba me cubrieron y salimos jabonados de un problema bastante complicado de haber sido descubiertos.

Uno a uno iba recordando algunas cosas de mi niñez mientras pasaban los minutos y el sueño volvía poco a poco para ayudarme a dejar de pensar. Creo que esa noche soñé que volaba.

A la mañana siguiente desperté tranquilo y continué mi día normalmente dejando de pensar en las cosas que podría sentir al momento de morir.

- Trata de no moverte - me dijo Cristina suavemente

Al volver a mirar hacia la espesura, pude ver como las ramas se movian y pude ver una mano negra que con cautela, pero fuertemente agarró un tronco y avanzó dejando al descubierto el cuerpo dormido de una mujer.

Otras figuras extrañas se le sumaron al camino y colgaban de sus manos a otros fantasmas semi inconscientes.

Cuando pasaron y estuvieron algo alejados de nosotros, comenzamos a movernos muy suavemente hacia un mejor ángulo para observar lo que Cristina me tenía preparado. Subimos una ligera pendiente y detrás de unas malezas y unos troncos viejos nos quedamos mirando el espectáculo.

Estas cosas, estos "demonios" esperaron a que despertaran sus cautivos. Cuando lo hicieron, comenzaron a golpearlos con sus grandes manos, de sus bocas caía baba y lanzaban de un lado a otro con fuerza sobrehumana a los cuerpos. Estos eran atrapados por otra bestia y nuevamente golpeados, pisados, arrastrados. Trataban de escapar, pero los demonios tenían destreza y no lo lograban.

Calculo que habrá pasado una hora de tortura cuando de los árboles salió una figura más alta que las otras, alrededor de 2 metros y medio, miró a los demonios y a los torturados y de su boca estalló un grito que me congeló. Los otros, tras esta especie de "orden", acercaron los cuerpos de los condenados y el los cubrió con su ropa. Fue la última vez que los vi.

- Ya no tienen esperanza - susurró Cristina, pero parece que no fue muy bajo, porque uno de ellos se volteó escudriñando los árboles. Nos quedamos lo más quietos posible cuando sus ojos se posaron sobre el sector donde estábamos.

Segundos eternos en que mi miedo me empezó a poner nervioso y de pronto la bestia emitió un gruñido enorme, como un jabalí y empezó a correr hacia nosotros. Los otros inmediatamente corrieron con él.

- ¡Corre!, ¡Corre ahora! - Gritó Cristina

Capítulo 15 - Miedos de niño

Los árboles al otro lado de la laguna se veían muy oscuros. Ramas tupidas cubrían la visión y no alcanzaba a divisar el otro extremo del camino.

Caminábamos con cautela, apenas tocando el suelo. Cristina tomó mi mano y apretó ligeramente. Pensé que quizás ella había huido antes de ellos, pero no parecía intranquila en la presente situación. Quizás porque esta vez iba con un inexperto muerto hace sólo unos cuantos días.

Con una señal de Cristina, nos agachamos y escondimos tras unas malezas. Así permanecimos unos minutos. Miraba a mi compañera en busca de una palabra aclaratoria o una pista de lo que estábamos esperando, pero me hizo un gesto de silencio.

Agachados, callados, en la oscuridad un recuerdo llegó a mi mente.

9 ó 10 años tenía cuando en las noches, ir a dormir me llenaba de temor.
No recuerdo muy bien cómo comenzó todo, pero cada noche en medio de la oscuridad, cuando empezaba a sentir que el sueño se acercaba, quedaba atrapado en el punto justo donde la vigilia pasa a ser sueño. Entonces el cuerpo dejaba de responder a mis actos.

Empezaba sintiendo un ruido lejano como un tren que se acercaba. Podía aún ver el techo de la pieza, lejanamente, medio nublado y podía también ver mis manos inmóviles a los lados del cuerpo.

El sonido aumentaba, aumentaba y una sensación parecida a la que uno tiene cuando se deja caer de espalda para que otra persona lo atrape, esa como hormigueo ante la duda en la espalda, pero constante y en aumento. Era como si me clavaran un cuchillo lentamente en la zona lumbar y mi espalda comenzaba a levantarse y la desesperación me atrapaba.

Entonces sentía más ruido, más clavadas y miraba mis piernas, mis manos que aún no se movían, pero yo sabía que si lograba mover un sólo dedo, yo despertaría.

Realmente creía que a las personas no les estaba permitido enterarse de este paso al estado "dormido", que por eso nunca la gente se daba cuenta cuando ya estaba dormida, pero yo con 10 años, el pasar por esta experiencia hizo que tuviera mucho miedo de la oscuridad de la noche.

Lo que me pasaba lo conté a mi madre, pero ella pensó que eran cosas de niños. (Cómo si los niños por ser niños no importaran); que me fuera a dormir. Pff, como si fuera muy agradable.

Otras veces me acostumbré a dormir de lado, en posición fetal. De este modo, cuando venía toda la sacudida podía concentrarme, estirar las piernas y despertar. Pero muchas veces olvidaba hacerlo y me veía enfrentado a la situación de mover un dedo u un pie para poder escapar.

Muchas veces me dormí sentado. Así no solía pasar nada. Pero no era nada agradable.

Otras veces, en la oscuridad, miraba las paredes del cuarto pensando que cuando llegara ese momento los ruidos y todo lo que sentía saldría de las paredes. Creía que aquello que me torturaba estaba en mi pieza siempre, pero que sólo podía verlo o sentirlo en ese estado de semi somnolencia.

Todo esto hizo que cuando crecí un par de años, ponía la cabeza en la almohada y me dormía casi instantáneamente. Quizás una respuesta de mi consciencia ante el temor de esos años.

Y aquí estaba. Escondido tras unas malezas, con una mujer que realmente no conozco esperando para espiar a demonios que torturan muertos. Esta noche iba a saber si aquellos demonios que torturaban mi sueño no eran nada comparado con lo que veríamos en un rato más. Siempre que no nos descubrieran antes.

Capítulo 14 - Camino al lugar

Debo confesar que estar acá me da miedo. siento que estoy en un mundo que, aunque se ve normal, está lejos de serlo. Veo caminar a personas y no siempre estoy seguro de saber si son personas vivas o espíritus como yo.

Cristina camina conmigo. Es raro, pero me siento protegido con ella a mi lado.
Vamos camino a la zona en donde hay lo que llaman demonios. El lugar donde castigan a muchos de los que ha llegado aquí. De pronto me encontré pensando en el día de mi muerte.

Recordé esa noche. Estaba trabajando en unas fotos para la revista de moda de uno de mis clientes. La tarde había sido muy larga, con modelos hermosas, pero odiosas. Quien diría que aquellas mujeres que se ven tan amorosas en el papel, que invitan a pasar una fantasía en su compañía son tan insoportables, tan mal educadas y tan arrogantes.

Muchas fotos, mucho maquillaje, más fotos, calor en el set, más ropa, más fotos y al terminar, se paran y se van con mirada despectiva. Como si quienes hacemos el trabajo de hacerlas parecer hermosas en las revistas fuésemos viles insectos que no están a su altura.

Sólo se le dan sonrisas al encargado del casting. Unica persona importante en su frívolo mundo.

La belleza sólo es superficial y tratan a todos los que las rodean como viles sirvientes. Muchas veces quise que de mi lente saliera una bala calibre 35 para perforar esas sonrisas falsas de esas demonios.

El resto de la tarde me la pasé seleccionando entre los cientos de megabytes capturados. Separando las sobreexpuestas de las que estaban bien calibradas, ajustando la saturación y corrigiendo el equilibrio de color en cada una de las fotos que me parecían encajaban con lo que la agencia necesitaba.

El director creativo a cargo del proyecto se fue alrededor de las 11:00 de la noche. Yo seguí unos minutos más mientras respaldaba las tomas.

Me fui del estudio alrededor de las 11:40. Guardé mi equipo y mi portátil en el maletero y salí en dirección a casa. Paré en un servicentro a comer un sandwich (de haber sabido lo que venía, hubiese buscado algo mejor ya que recuerdo que incluso no me gustó).

Ahora, miro a Cristina y pienso en lo que ha pasado desde ese día. No sabría decir cuantos días han sido. Todo ha pasado rápido y el no sentir ni cansancio ni sueño ni hambre ni frío tienden a confundir.

Mientras caminamos, a mi derecha un caballero mayor mira mientras los niños son llamados por su madre a entrar a la casa. Que "ya es tarde" dice. Ellos entran, pero la madre cierra la puerta dejando al caballero afuera. De pronto él me mira, me saluda y atraviesa la puerta. Giré mi cabeza y volví a mirar adelante.

- ¿Dónde es ese lugar? - pregunté

- No es muy lejos. Pasando el condominio hay una calle que baja hasta una laguna. Bordeando la laguna hay un declive en el terreno. Allí hay cientos de rocas que fueron dejadas por empresas constructoras y allí es donde los demonios suelen estar.

- ¿Qué pasa si nos descubren?

- No creas que por ser demonios tienen súper poderes. Son casi como tu o como yo. Si nos descubren, debemos correr lo más lejos que podamos y escondernos, porque nos seguirán hasta alcanzarnos, pero no se dan el tiempo de buscar.

- Te confieso que tengo temor de ser emboscado o algo.

- No temas. Yo nunca fui muy atlética, sin embargo ya he escapado 3 veces de ellos. No es tan difícil.

- ¿Qué más hay allí?

Me miró. Se detuvo. Tomó mis manos, las observo un momento. Levantó la mirada y me dijo.

- Allí hay más gente. Gente que han atrapado, gente que hacen sufrir. Después de un tiempo los sueltan o se escapan, pero sufren bastante. Vamos a ver a los demonios, pero también veremos a personas recibiendo horribles castigos. Trata de no asustarte, porque nos delatarías y yo no quiero que me atrapen. Te llevo allá para que los reconozcas. Es necesario, ya que llevas poco tiempo aquí y no puedes vagar descuidadamente y encontrarte con uno de ellos de frente.

Nacía en mi el deseo de abortar misión, pero tenía razón. Si me encontraba con uno de ellos, ¿cómo sabría que hacer?.

- Trata de estar callado. Estamos llegando a la laguna y es mejor avanzar con cautela.

Capítulo 13 - Espiritus

Cristina me miró con esa sonrisa que ya me había regalado antes y extendió su mano para que fuera a su lado.

- ¿Cómo te fue? - me preguntó.

- Bien. Pude ver a mi hija. La acompañé hasta hace poco rato. Cuidé de ella y me sentí bien. Echaba de menos estar cerca de ella, aunque ahora fuera diferente.

- Que bueno. Es importante que estés tranquilo con los tuyos. Yo estuve mucho tiempo cerca de mi hija, hasta que decidí alejarme un poco de ella.

- ¿Sí?, ¿Te alejaste?

- Es que me volví muy obsesiva. Quería saber todo lo que hacía, cada lugar en el que andaba, con quien se juntaba o quienes estaban cerca de ella cuando su padre no estaba cerca.

- Es entendible. Yo ya he tenido esas ideas con Camila. También quiero cuidarla.

- Pero ten cuidado. Con el pasar de los meses, te vuelves dependiente de ellos; a mi me costo mucho tomar la decisión de alejarme.

Me contó que a su hija la seguía día y noche, que se sorprendió espiándola cuando hablaba con sus amigos del colegio. Me contó la vergüenza que sintió cuando la vio besarse con su primer pololo y la furia que sintió cuando éste, un poco mayor que ella, muy libremente manoseaba su trasero por debajo del uniforme.

Estas situaciones, la hacían sentir muy "intrusa", me contaba que aveces trataba de hacerles sentir que ella estaba cerca, como para que respetaran a su hija, pero no lograba que la notaran. Eso la frustraba aún más.

Seguimos caminando y entramos a una calle con casas de ladrillo a cada lado, muy estilo inglés. Cristina me dijo que allí había uno de nosotros. Un niño de 12 años que no soportó la enorme tristeza de perder a su madre en un accidente y se suicidó. Deambula por estas calles desde hace ya varios años.

Pensé en un antiguo vecino que había hecho lo mismo. Un hombre de unos 45 años. Sufría de una gran depresión a causa de deudas, tenía cuentas muy altas y no tenía un trabajo que cubriera sus gastos. Cansado de tanta presión y de demandas exigiendo el pago de las cuentas, se colgó en su casa un viernes. Notaron su muerte la madrugada del domingo.


Quedamos en silencio unos minutos. Entonces empecé a recordar las palabras del gangster. Pensé en el supuesto "demonio" que me describió. Todavía me parecía muy Hollywood la idea, pero yo estoy muerto, soy un fantasma, me muevo entre los vivos... Ya son muchas cosas en las que nunca creí y ahora las estaba viviendo. (Aunque esa palabra no es tan literal). Quizas era mucha información de golpe para un escéptico como yo.

Un minuto más tarde, miré el rojo cabello de mi acompañante y decidí salir de mis dudas.

- Cristina, ¿puedo hacerte una pregunta?

- Si, dime.

- Tu que llevas más tiempo que yo en este lugar, quizás puedas responder algo que ha despertado mi curiosidad.
Yo nunca he sido religioso ni nada de eso. De hecho era bastante ateo en mis tiempos, pero he estado preguntándome. ¿Aparte de nosotros, existe alguien más?

- ¿Alguien más? - me preguntó

- Si - continué - me refiero a espíritus ¿"malos"? - Sentí que no necesitaba explicar más. Ella claramente sabía a lo que iba con mi pregunta.

- Te refieres a Demonios.

Nuevamente me recorrió un escalofrío. La verdad es que verme enfrentado a la posibilidad de que realmente existieran demonios o algo parecido me ponía algo nervioso. Ya era bastante extraño estar en esta situación como para además enfrentar el hecho de que todo lo que nunca quise creer, apareciera ante mis ojos.

- Si, a demonios- le dije.

Se detuvo. Miró a su alrededor muy lentamente, como cuidándose de la mirada de alguien no deseado. Saco el cabello de su rostro y lo pasó por detrás de la oreja. Me miro. Sus ojos brillaban. Noté una expresión de sinceridad y de temor en su mirada. Abrió su boca y habló.

- Existen - y bajo un poco la mirada - No te lo había dicho, porque llevas poco tiempo acá, pero es verdad. Hay "seres" que deambulan entre nosotros. Los llamamos demonios, pero la verdad no sabemos qué son. No hemos sabido nada de cielo o infierno, pero estos seres se mueven cada cierto tiempo y se llevan a quien puedan atrapar.

- ¿Atrapar? - dije, pidiendo aclarar un poco más el tema

- Si. Son seres extraños. Generalmente los reconoces porque no tienen aspecto normal. Vienen y atrapan a cualquiera de nosotros y se lo llevan. Cuando me he escondido lo suficiente, he podido ver a algunos de ellos arrastrar a otros del pelo hasta los lugares donde los castigan.

- Espera, espera - interrumpí - ¿A qué te refieres con "lugares donde los castigan"?

Cerró los ojos, como si no hubiese sido correcto hablarme de todo eso. Me volvió a mirar y dijo:

- Lo mejor será que te lleve, para que lo veas con tus propios ojos.

Capítulo 12 - Ellos

Me dio una sensación de peligro. Pero también el deseo de respuestas. Cristina no estaba y hasta el momento no conocía a nadie más.

¿Quién era este personaje? ¿Porqué quiere hablar conmigo?

No sé muy bien qué fue lo que me decidió; recordé que horas atrás el miedo me había alejado de esta casa. Una sensación de que "algo" me empujaba o alejaba. ¿Habrá sido él?. Y si así fué ¿Porqué ahora querría hablar conmigo?. ¿Realmente querrá hablar conmigo?.

Mientras me hacía estas preguntas, lentamente avancé hasta el costado y asomé la cabeza hacia el montón de cajas apiladas.

- Debes tener cuidado, tu eres nuevo. Se nota - me dijo.

Su cara reflejaba miedo a ser descubierto. Constantemente miraba hacia los lados sólo con los ojos. Me llamó la atención que estaba sin zapatos y su ropa estaba un poco gastada.

- ¿Quien eres? - pregunté al fín.

- Soy un rezagado. Uno de los que no quiere seguir - Mordía sus dedos como nervioso, en una actitud muy humana.

El miedo que demostraba parecia algo alejado de lo que yo pensé sería el estar muerto, pero me he sorprendido de lo normal que las actitudes se mantienen despues de morir.

- Llevo mucho tiempo aquí, en esta casa. De mucho antes que llegaran sus actuales dueños. - siguó.

- Esta casa era mía. Vivi en ella mucho tiempo, hace ya tantos años.

- ¿Y porqué sigues aquí? - pregunté.

Y comenzó su historia.

Yo vivía bien. Rodeado de comodidades. Tenia mujeres y mucho dinero. Pero ese dinero y esas mujeres no venían de negocios honestos.
Trabajaba con un grupo de socios en una empresa de transportes hace ya muchos años, pero eso era sólo una fachada para el negocio que realmente nos daba dinero, las apuestas.
Yo era lo que se denominaría un mafioso. Un corrupto. Compraba a policías y al vecindario con cantidades frecuentes de dinero para obtener información y mantener bajo control el negocio.
Un gángster.
Si alguien no pagaba, se enviaba a alguien a "amenazar" y muy pronto llegaba el pago. Esa amenaza no era otra cosa que poner un arma en su cabeza con sólo una bala, apretar el gatillo y hacer que se cagara encima al pensar que iba a morir.
Mucho dinero hice, muchas mujeres tuve desnudas en mi cama, pero el costo ahora lo veo muy alto.
Morí de un balazo en la cabeza en un ajuste de cuentas. Mi sangre cubrió la mesa en la que jugábamos cartas con mis asociados y desde que mi vida terminó, hace ya más de 50 años, he tenido que soportar las torturas de cada uno de quienes murieron bajo mi ley.
En un comienzo me perseguían y me golpeaban con sus manos y pies y nunca se cansaban ni descansaban.
Me arrastré por 3 años bajo lluvias de golpes, patadas e insultos.
Después de un tiempo me dejaron tranquilo y uno de "ellos" me dio una solución.

- ¿"Ellos"? - Interrumpí - Nuevamente hablas de "ellos", ¿Quiénes son?

- Son demonios - y sentí el escalofrío otra vez.

Ellos buscan - continuó - buscan a quienes poder llevarse. Los tientan, los resguardan, pero es solo para poder apoderarse de sus recuerdos, de lo que queda de ellos y tenerlos como esclavos en sus dominios en lo bajo.
Me sentía eternamente condenado a sufrir una eternidad de golpes hasta que quienes sufrieron bajo mi mano me soltaron. Varios días después, cuando veía que nadie estaba cerca, uno de ellos se me acercó.
Era un hombre blanco de unos 30 años. De rostro algo femenino, pero me llamó la atención el que sus manos fueran negras. Si, negras. No era natural y me aterré. Quien se acercaba a mí no era un fantasma como todos los que había visto.
Yo me levanté y corrí, corrí hacia mi casa. igual que cuando un niño corre a esconderse bajo las sábanas de su cama pensando que allí estaría seguro, yo corrí de vuelta a mi casa.
Allí todavía vivían mi esposa y mis dos hijos y cuando llegue y entré, aquel ser de manos negras se alejó.
Cada vez que salía al patio no avanzaba más allá del jardín, temiendo que alguien como él volviera.

- Pero ¿qué quieres decir con esto? - pregunté

- Que mientras estás cerca de personas vivas, en especial tu sangre, ellos no se acercan.

- ¿Y cómo puedes asegurar eso?

- No puedo, pero llevo mas de 40 años en esta casa, acompañando a los hijos de mis hijos y los demonios no se me han acercado.

- ¿Y qué hay de quienes te golpeaban?

- A veces me encuentran y debo soportar sus golpizas durante días.

- Dijiste que quien me acompañó hacia acá era uno de "ellos"

- Si, aunque no puedo estar 100% seguro, sentí algo al verla, en especial ese día que apareciste aquí por primera vez y recorriste el patio de atrás.

- ¿Me viste?

- Claro. Y debo decirte que ella estaba mirándote desde lejos. Y te siguió cuando ibas calle abajo.

- ¿De qué hablas?

- Ten cuidado, no confíes en ella.


La verdad es que no creí nada de lo que me dijo. Quizás estaba algo "tocado" con toda su experiencia. Pero el miedo nació en mi interior. Miedo a lo desconocido. Por primera vez pensé: Yo que nunca creí en dios ni el diablo, que fui un escéptico en todo ahora me enfrentaba a la realidad de que sí había vida después de la muerte. Entonces la pregunta era obvia. ¿Existirán seres tales como demonios?

Caminaba de regreso a la entrada al jardín, miré atrás y el "gángster" no se veía por ningún lado.

- ¡Allí estás!

Giré mi cabeza y reconocí el cabello rojo iluminado por el sol de la mañana.

Capítulo 11 - Cuidando el sueño

Con pasos suaves que parecían no tocar el piso ni mover la suave capa de tierra que lo cubre, seguimos caminando.

- Podrías decirme, ¿porque los perros parecen verme? - pregunté

- Porque así es - dijo, mientras corría el cabello de su rostro.

- Me he dado cuenta - continuó - que muchos animales notan nuestra presencia. Para mi fue muy raro, porque muchas veces estuve de vuelta en mi casa y mi perro no dejaba de ladrar, como si tratara de dar aviso de que podía verme. Mi hija se alteraba un poco con el escándalo y eso me obligaba a permanecer alejada.

- Ya he tenido un par de experiencias al respecto. - le dije

- Es injusto que quienes queramos no nos puedan ver, pero quienes hemos tratado con desprecio, poca responsabilidad, abuso y falta de cariño si puedan.

- ¿Justicia divina? - dije mientras sonreía.

De vuelta en la casa donde estaba Clara y mi hija, le pedí a Cristina si podía dejarme un tiempo a solas, para poder contemplar y pensar respecto a lo que estaba pasando.

Ella accedió, pero me recordó que en esa casa, al parecer había uno de "nosotros" que no me quería cerca, así que tratara de mantener distancia.

Miré desde la vereda del frente hacia la ventana de la casa. El auto estaba allí y se notaba movimiento tras las cortinas.

Ya era de noche otra vez. Miraba. Esperaba. Se encendió la luz de arriba y algo despertó en mi. El deseo de entrar a esa casa para poder arropar a mi hija como muchas veces lo hice mientras pude. Sabía que no era correcto, que tenia que aceptar lo que había pasado y acostumbrarme a la idea de estar lejos, ¡pero la había visto tan poco tiempo!, Necesitaba verla por última vez antes que se fueran.

Miré el jardín. Sentía algo. No sé, pero algo.

Crucé la calle. Miro a la derecha y un niño en bicicleta me sorprendió de pronto.
Tuve la sensación de que me iba a chocar, que estaba ante un accidente inminente pero el niño siguió riendo mientras pasaba sobre mi.

No me acostumbro a esta "vida" aun, debo admitirlo. Todavía veo las cosas como antes.

Al otro lado de la calle, ya de frente a la entrada al jardín, volví a observar el jardín. Escuché al perro ladrar detrás de la casa y suavemente pisé el pasto.

Otro paso, y nada. Ahora no sentía nada cerca. Otro paso. Otro.

Tuve un respingo al oir un ladrido, miré alrededor. Me calmé y di otro paso.

Recordaba las palabras de Cristina mientras avanzaba, "mantén distancia", "mantén distancia".

Otro paso. Cada vez más cerca de la puerta. Miré atrás. Nada. Todo en silencio. Me sentí muy caradura de llegar a la intimidad de esa casa. Al fin y al cabo, allí había personas viviendo su vida con todo el derecho a que nadie los espiara. Pero yo no los iba a espiar, sólo quería ver a mi hija nuevamente.

Crucé la puerta - Debo decir que no sé porque siempre entro por la puerta, cuando podría hacerlo por cualquier lado; la poca costumbre supongo.

El living estaba vacío. Miré las fotos en la pared y no reconocí a nadie, hasta que en una estaba Clara, en una fiesta con un vaso en la mano rodeada de personas en traje con camisas fuera del pantalón. Estaban riéndose mientras se ponían gorros de papeles.

Al parecer eran compañeros de trabajo, pero no me acuerdo de ninguno. Tampoco solía visitarla mucho en su oficina, así que no podría decir que conozco a quien le agarraba la cintura con tanta confianza.

Empecé a subir la escalera. Podía sentir los pelitos de la alfombra que cubría los peldaños a medida que avanzaba.

Entré a una pieza, pero no era la correcta. Una señora mayor dormía. tranquilamente.

A otra no necesité entrar, ya que los ronquidos avisaban que era el dueño de casa.

Y finalmente llegue. Entré y allí estaba. Profundamente dormida abrazada a un oso de peluche. Un vaso de leche sin terminar descansaba en un mueble apegado a la cama.

A pesar de lo grande que estaba, aun necesitaba alguna luz encendida para poder dormir.

La miré mucho rato. Mucho. Hasta que la luz que salía del clóset fue más débil que la que entraba por la ventana.

Recordé cuando jugábamos en la cuna, cuando se hizo pipí encima mío, las horas que la pasee para hacerla dormir, cuando empezó a hablar y miles de otros momentos maravillosos.

Sentí pasos. Clara entró a la habitación y tiró una chaqueta cerca de donde me encontraba. Movió el pelo de Camila para despertarla y le susurró que ya era hora de volver a casa.

Se dió vuelta y abrió el clóset para sacar la maleta.

Camila se estiró, todavía con sueño y se armó de ánimo para ir a la ducha.

- Trata de no demorarte, voy a servir el desayuno - Le dijo su madre.

- mmmmmmm... - fue lo único que respondió mientras arrastraba los pies hacia el baño.

Decidí salir. Tenía que dejarla seguir su vida tranquila. Había disfrutado su compañía y había vigilado su sueño como nunca antes. Pero sabía que trataría de acercarme a ella cuando entrara a la universidad, o se casara, o cuando tuviera su primer hijo...

- Oye tú!

Giré mi cabeza y vi a un hombre escondido detrás de las cajas al lado de la casa.

- Necesito hablarte - me dijo

- ¿Puedes verme? - pregunté incrédulo

- Claro. Tu eres como yo. Ven aquí.

Con mis ojos traté de buscar a Cristina al otro lado de la calle, pero no la vi.

- Rápido, ven antes que vuelva. No puedes confiar en esa mujer. ¡Es una de ellos!

Capítulo 10 - La historia de Cristina

Cristina me llevó de la mano subiendo por el camino que había recorrido durante la noche. Avanzamos lentamente y, mirando el suelo, empezó a hablar.

- Cuando preparaba la maleta el día que pasó todo- dijo - discutí fuertemente con mi marido. Habíamos acordado el viaje a la nieve toda la semana y el, el día anterior se había ido de tragos con sus amigotes.
Llegó muy entrada la mañana. Apestaba a alcohol y apenas podía modular palabra.
El tenía que conducir, porque yo no había ido nunca a la montaña y no conocía el camino. Pero en el estado en que se encontraba, era imposible pedirle nada.

Al tomar la chaqueta, continuaba roncando y le grite que era el colmo la irresponsabilidad que habia tenido para con nosotras. Se despertó e inútiles disculpas salían de su boca.

- Dame un minuto... si igual estoy bien - hablaba con ojos entreabiertos.

Pero mi rabia era muy grande. No por mi, sino porque Pamelita estaba muy entusiasmada. ¿Cómo le decía ahora que el "heroe" de su padre con suerte podía mantenerse en pie?

Así que después de gritarle en su cara lo desconsiderado y mal padre que había sido y después de recibir gritos de vuelta acusándome de perra enojona y exagerada, tome la maleta, a Pamela de la mano y salí con ella rumbo a la cordillera. No sería "el lugar especial" que él quería conociéramos, pero llegaríamos a la montaña igual.

Traté de explicarle a Pame que su papá se sentía medio mal y que no podía acompañarnos. Aunque estaba segura que a su "papito" le daba lo mismo ya que ni siquiera sonaba el celular, cosa que aumentaba mi ira. Realmente le importaba un comino o todavía la juerga lo tenía en la cama.

La rabia me daba vueltas y miles de pensamientos llegaban a atormentarme... cuando perdí la concentración...

Volví a reaccionar con un bocinazo y un grito de Pame. Un auto apareció en mi carril. Traté de frenar, pero no fui muy habil o lo resbaladizo del piso con la nieve me jugo en contra.

Un gran estruendo me sacudió y sentí el grito ahogado de mi hija mientras en cosa de segundos veía como todo saltaba dentro del auto, mis pies se apretaban contra todo, mi cuerpo se levantaba, era golpeado y caía y por la ventana veía el piso, el cielo, el piso, el cielo.

Negro.

Al abrir los ojos, sentía la cara y mi cuerpo empapados. Como si me hubieran sacado recien del agua. Tenía frío y busqué a Pamelita con los ojos. Sentía un dolor enorme en el cuello, pero giré igual la cabeza para ver atrás. Estaba inconciente, con un montón de vidrio picado encima y salía sangre de su nariz.

Con las manos tiritándo abrí mi cinturon mientras sentía un murmullo de voces que iba creciendo. No pude acercarme a ella porque un dolor punzante demasiado fuerte me envolvió las piernas. Tenía algo incrustado que sacaba mucha sangre de ellas. El dolor era enorme, pero necesitaba saber que Pame estaba bien. Así que apreté los dientes y me acerqué de un golpe hasta tomarla de la mano. Grité de dolor, pero logré acercarla a mi. Estaba inconciente, pero su corazón latía.

Un segundo después, el auto estaba rodeado de algunas personas que trataban de abrir las puertas.

Uno de ellos eras tú - levantó la vista y me miró.

- Recuerdo ese día - dije y apreté más su mano - Fué hace varios años. Yo venía de hacer unas fotos en Los Andes. Venía detrás del auto que quería adelantar al camión.

- Pues no sé como fue realmente. Sólo recuerdo el momento en que reaccioné y ya tenía al auto encima - continuó - Tu apareciste y abriste la puerta de atrás, sacando a mi Pame. La alejaste del auto y te quedaste siempre con ella. Un caballero gordo, que después supe era el conductor del camion, trataba de sacarme del volante, pero era imposible. El fierro en mi pierna me tenía paralizada.

La sangre seguia saliendo y sentía más y más frío. Empezaba a sentir sueño, como nunca habia sentido. Y antes de que todo se fuera haciendo más negro, más silencioso y lejano, pude ver que Pamela abría los ojos.

De pronto, estaba al lado tuyo, de Pame y me sentía tranquila. Como si estuviera soñando la situación, pero voltee y allí estaba el Station, hecho añicos. Con el techo concavo y con un gordo a mi lado.

Sabía lo que había pasado. Pero no entendía porque estaba allí, de pie, mirando todo. Y cuando Pamelita empezó a llorar lo supe. La levantaste, la subiste a tu auto y aceleraste para llegar al hospital más cercano.

Me quedé con ustedes todo el camino en el auto, los seguí a emergencias, te ví cuando ingresaste a mi hija a tu nombre y cuando hablabas con carabineros. Estuve contigo mientras esperabas la respuesta de los médicos y me sonreí contigo cuando dijeron que a pesar de las contusiones, ya no corría peligro.

- Tuve que dar declaraciones de todo lo que pasó - le conté.

- Gracias a tí, mi hija siguió viva. Pudiste esperar a que llegara una ambulancia, pero decidiste ir en lugar de esperar. Siempre recordé eso.

- ¿Y cómo supiste quien era yo, después de tantos años? - mis ojos recorrían su brillante cabello rojizo.

- Te visité muchas veces después del accidente. No quise entrometerme en tu vida. Sólo desear que estuvieras bien, como agradecimiento por lo que habias hecho.

Ayer supe lo que había pasado y empecé a buscarte.

- Muchas gracias - ahora mi mirada se centraba en sus ojos tristes - Espero que tu hija esté bien todavía.

- Ahora está en Octavo Básico, es muy inteligente - sonrió nuevamente.

- Que bien, me alegro muchísimo - respondí y seguimos tranquilamente camino arriba.

Minutos después, la tarde empezaba a caer y el viento soplaba otra vez.
Miré a Cristina y una pregunta nació en mi mente.

- Oye?, quizas puedas aclararme algunas dudas que he tenido desde mi muerte - le dije.

- Claro, ¿Como cuales? - me preguntó

- ¿Porqué no hay nadie más?, sólo te he visto a tí.

- Mmm, la verdad es que en este lugar hay mucha gente. Pero aun no los sabes ver.