viernes, 4 de mayo de 2007

Capítulo 10 - La historia de Cristina

Cristina me llevó de la mano subiendo por el camino que había recorrido durante la noche. Avanzamos lentamente y, mirando el suelo, empezó a hablar.

- Cuando preparaba la maleta el día que pasó todo- dijo - discutí fuertemente con mi marido. Habíamos acordado el viaje a la nieve toda la semana y el, el día anterior se había ido de tragos con sus amigotes.
Llegó muy entrada la mañana. Apestaba a alcohol y apenas podía modular palabra.
El tenía que conducir, porque yo no había ido nunca a la montaña y no conocía el camino. Pero en el estado en que se encontraba, era imposible pedirle nada.

Al tomar la chaqueta, continuaba roncando y le grite que era el colmo la irresponsabilidad que habia tenido para con nosotras. Se despertó e inútiles disculpas salían de su boca.

- Dame un minuto... si igual estoy bien - hablaba con ojos entreabiertos.

Pero mi rabia era muy grande. No por mi, sino porque Pamelita estaba muy entusiasmada. ¿Cómo le decía ahora que el "heroe" de su padre con suerte podía mantenerse en pie?

Así que después de gritarle en su cara lo desconsiderado y mal padre que había sido y después de recibir gritos de vuelta acusándome de perra enojona y exagerada, tome la maleta, a Pamela de la mano y salí con ella rumbo a la cordillera. No sería "el lugar especial" que él quería conociéramos, pero llegaríamos a la montaña igual.

Traté de explicarle a Pame que su papá se sentía medio mal y que no podía acompañarnos. Aunque estaba segura que a su "papito" le daba lo mismo ya que ni siquiera sonaba el celular, cosa que aumentaba mi ira. Realmente le importaba un comino o todavía la juerga lo tenía en la cama.

La rabia me daba vueltas y miles de pensamientos llegaban a atormentarme... cuando perdí la concentración...

Volví a reaccionar con un bocinazo y un grito de Pame. Un auto apareció en mi carril. Traté de frenar, pero no fui muy habil o lo resbaladizo del piso con la nieve me jugo en contra.

Un gran estruendo me sacudió y sentí el grito ahogado de mi hija mientras en cosa de segundos veía como todo saltaba dentro del auto, mis pies se apretaban contra todo, mi cuerpo se levantaba, era golpeado y caía y por la ventana veía el piso, el cielo, el piso, el cielo.

Negro.

Al abrir los ojos, sentía la cara y mi cuerpo empapados. Como si me hubieran sacado recien del agua. Tenía frío y busqué a Pamelita con los ojos. Sentía un dolor enorme en el cuello, pero giré igual la cabeza para ver atrás. Estaba inconciente, con un montón de vidrio picado encima y salía sangre de su nariz.

Con las manos tiritándo abrí mi cinturon mientras sentía un murmullo de voces que iba creciendo. No pude acercarme a ella porque un dolor punzante demasiado fuerte me envolvió las piernas. Tenía algo incrustado que sacaba mucha sangre de ellas. El dolor era enorme, pero necesitaba saber que Pame estaba bien. Así que apreté los dientes y me acerqué de un golpe hasta tomarla de la mano. Grité de dolor, pero logré acercarla a mi. Estaba inconciente, pero su corazón latía.

Un segundo después, el auto estaba rodeado de algunas personas que trataban de abrir las puertas.

Uno de ellos eras tú - levantó la vista y me miró.

- Recuerdo ese día - dije y apreté más su mano - Fué hace varios años. Yo venía de hacer unas fotos en Los Andes. Venía detrás del auto que quería adelantar al camión.

- Pues no sé como fue realmente. Sólo recuerdo el momento en que reaccioné y ya tenía al auto encima - continuó - Tu apareciste y abriste la puerta de atrás, sacando a mi Pame. La alejaste del auto y te quedaste siempre con ella. Un caballero gordo, que después supe era el conductor del camion, trataba de sacarme del volante, pero era imposible. El fierro en mi pierna me tenía paralizada.

La sangre seguia saliendo y sentía más y más frío. Empezaba a sentir sueño, como nunca habia sentido. Y antes de que todo se fuera haciendo más negro, más silencioso y lejano, pude ver que Pamela abría los ojos.

De pronto, estaba al lado tuyo, de Pame y me sentía tranquila. Como si estuviera soñando la situación, pero voltee y allí estaba el Station, hecho añicos. Con el techo concavo y con un gordo a mi lado.

Sabía lo que había pasado. Pero no entendía porque estaba allí, de pie, mirando todo. Y cuando Pamelita empezó a llorar lo supe. La levantaste, la subiste a tu auto y aceleraste para llegar al hospital más cercano.

Me quedé con ustedes todo el camino en el auto, los seguí a emergencias, te ví cuando ingresaste a mi hija a tu nombre y cuando hablabas con carabineros. Estuve contigo mientras esperabas la respuesta de los médicos y me sonreí contigo cuando dijeron que a pesar de las contusiones, ya no corría peligro.

- Tuve que dar declaraciones de todo lo que pasó - le conté.

- Gracias a tí, mi hija siguió viva. Pudiste esperar a que llegara una ambulancia, pero decidiste ir en lugar de esperar. Siempre recordé eso.

- ¿Y cómo supiste quien era yo, después de tantos años? - mis ojos recorrían su brillante cabello rojizo.

- Te visité muchas veces después del accidente. No quise entrometerme en tu vida. Sólo desear que estuvieras bien, como agradecimiento por lo que habias hecho.

Ayer supe lo que había pasado y empecé a buscarte.

- Muchas gracias - ahora mi mirada se centraba en sus ojos tristes - Espero que tu hija esté bien todavía.

- Ahora está en Octavo Básico, es muy inteligente - sonrió nuevamente.

- Que bien, me alegro muchísimo - respondí y seguimos tranquilamente camino arriba.

Minutos después, la tarde empezaba a caer y el viento soplaba otra vez.
Miré a Cristina y una pregunta nació en mi mente.

- Oye?, quizas puedas aclararme algunas dudas que he tenido desde mi muerte - le dije.

- Claro, ¿Como cuales? - me preguntó

- ¿Porqué no hay nadie más?, sólo te he visto a tí.

- Mmm, la verdad es que en este lugar hay mucha gente. Pero aun no los sabes ver.