viernes, 4 de mayo de 2007

Capítulo 16 - Agazapado

Tenía 22 años cuando desperté cerca de las 2 de la mañana un miércoles de invierno con un temor muy profundo. Sentí la sensación de desaparecer... La idea de morir y dejar de pertenecer al mundo que conocía. Mi mente asoció el momento de la muerte como el "off" de la máquina que me mantenía en movimiento, como si simplemente alguien bajara el switch de mi conciencia y yo quedase apagado para siempre.

La duda recorría mi mente cada día y recordaba la inexistente consciencia que experimentaba cuando me había desmayado. Una imagen negra de la cual no me enteraba y que el paso de los segundos, minutos u horas no influían en mi.

Recordaba que perdí la conciencia un par de veces por exceso de alcohol y que no lograba recordar nada y que durante las horas en que mi cuerpo yacía en una cama no existía nada en mi mente. Ni un sueño, ni una imagen, ninguna sensación...

Ese miedo a dejar de existir y perder mis recuerdos, la imagen de quienes quería y de las cosas que me hicieron feliz me atemorizaban ante la inminente llegada del momento fatal. La religión para mí no era una solución, siempre he visto a las personas religiosas como buscando algo que los calme, pero sin lograr una verdadera respuesta. Sólo quieren creer que algo va a pasar, pero para mi eso no era la solución.

Mi madre no tomaba muy en serio mis pensamientos, ella es creyente de dios y asegura que él hace todo como si fuese un gran plan celestial en que todos somos piezas. Esta idea me molesta ya que las cosas malas que pasan en el mundo no pueden estar tan fríamente planeadas y si es así, considero que dios es un tirano.

Trataba de recordar cuando estaba en el colegio y las veces que mis compañeros me cubrían alguna maldad, haciéndome sentir un poco "líder"... Como esa vez que sólo por gueviar sacamos los parquet del piso para jugar al disco en la sala. Todos dijero que fueron los de la mañana, incluso aquellos con quienes no me juntaba me cubrieron y salimos jabonados de un problema bastante complicado de haber sido descubiertos.

Uno a uno iba recordando algunas cosas de mi niñez mientras pasaban los minutos y el sueño volvía poco a poco para ayudarme a dejar de pensar. Creo que esa noche soñé que volaba.

A la mañana siguiente desperté tranquilo y continué mi día normalmente dejando de pensar en las cosas que podría sentir al momento de morir.

- Trata de no moverte - me dijo Cristina suavemente

Al volver a mirar hacia la espesura, pude ver como las ramas se movian y pude ver una mano negra que con cautela, pero fuertemente agarró un tronco y avanzó dejando al descubierto el cuerpo dormido de una mujer.

Otras figuras extrañas se le sumaron al camino y colgaban de sus manos a otros fantasmas semi inconscientes.

Cuando pasaron y estuvieron algo alejados de nosotros, comenzamos a movernos muy suavemente hacia un mejor ángulo para observar lo que Cristina me tenía preparado. Subimos una ligera pendiente y detrás de unas malezas y unos troncos viejos nos quedamos mirando el espectáculo.

Estas cosas, estos "demonios" esperaron a que despertaran sus cautivos. Cuando lo hicieron, comenzaron a golpearlos con sus grandes manos, de sus bocas caía baba y lanzaban de un lado a otro con fuerza sobrehumana a los cuerpos. Estos eran atrapados por otra bestia y nuevamente golpeados, pisados, arrastrados. Trataban de escapar, pero los demonios tenían destreza y no lo lograban.

Calculo que habrá pasado una hora de tortura cuando de los árboles salió una figura más alta que las otras, alrededor de 2 metros y medio, miró a los demonios y a los torturados y de su boca estalló un grito que me congeló. Los otros, tras esta especie de "orden", acercaron los cuerpos de los condenados y el los cubrió con su ropa. Fue la última vez que los vi.

- Ya no tienen esperanza - susurró Cristina, pero parece que no fue muy bajo, porque uno de ellos se volteó escudriñando los árboles. Nos quedamos lo más quietos posible cuando sus ojos se posaron sobre el sector donde estábamos.

Segundos eternos en que mi miedo me empezó a poner nervioso y de pronto la bestia emitió un gruñido enorme, como un jabalí y empezó a correr hacia nosotros. Los otros inmediatamente corrieron con él.

- ¡Corre!, ¡Corre ahora! - Gritó Cristina