viernes, 4 de mayo de 2007

Capítulo 11 - Cuidando el sueño

Con pasos suaves que parecían no tocar el piso ni mover la suave capa de tierra que lo cubre, seguimos caminando.

- Podrías decirme, ¿porque los perros parecen verme? - pregunté

- Porque así es - dijo, mientras corría el cabello de su rostro.

- Me he dado cuenta - continuó - que muchos animales notan nuestra presencia. Para mi fue muy raro, porque muchas veces estuve de vuelta en mi casa y mi perro no dejaba de ladrar, como si tratara de dar aviso de que podía verme. Mi hija se alteraba un poco con el escándalo y eso me obligaba a permanecer alejada.

- Ya he tenido un par de experiencias al respecto. - le dije

- Es injusto que quienes queramos no nos puedan ver, pero quienes hemos tratado con desprecio, poca responsabilidad, abuso y falta de cariño si puedan.

- ¿Justicia divina? - dije mientras sonreía.

De vuelta en la casa donde estaba Clara y mi hija, le pedí a Cristina si podía dejarme un tiempo a solas, para poder contemplar y pensar respecto a lo que estaba pasando.

Ella accedió, pero me recordó que en esa casa, al parecer había uno de "nosotros" que no me quería cerca, así que tratara de mantener distancia.

Miré desde la vereda del frente hacia la ventana de la casa. El auto estaba allí y se notaba movimiento tras las cortinas.

Ya era de noche otra vez. Miraba. Esperaba. Se encendió la luz de arriba y algo despertó en mi. El deseo de entrar a esa casa para poder arropar a mi hija como muchas veces lo hice mientras pude. Sabía que no era correcto, que tenia que aceptar lo que había pasado y acostumbrarme a la idea de estar lejos, ¡pero la había visto tan poco tiempo!, Necesitaba verla por última vez antes que se fueran.

Miré el jardín. Sentía algo. No sé, pero algo.

Crucé la calle. Miro a la derecha y un niño en bicicleta me sorprendió de pronto.
Tuve la sensación de que me iba a chocar, que estaba ante un accidente inminente pero el niño siguió riendo mientras pasaba sobre mi.

No me acostumbro a esta "vida" aun, debo admitirlo. Todavía veo las cosas como antes.

Al otro lado de la calle, ya de frente a la entrada al jardín, volví a observar el jardín. Escuché al perro ladrar detrás de la casa y suavemente pisé el pasto.

Otro paso, y nada. Ahora no sentía nada cerca. Otro paso. Otro.

Tuve un respingo al oir un ladrido, miré alrededor. Me calmé y di otro paso.

Recordaba las palabras de Cristina mientras avanzaba, "mantén distancia", "mantén distancia".

Otro paso. Cada vez más cerca de la puerta. Miré atrás. Nada. Todo en silencio. Me sentí muy caradura de llegar a la intimidad de esa casa. Al fin y al cabo, allí había personas viviendo su vida con todo el derecho a que nadie los espiara. Pero yo no los iba a espiar, sólo quería ver a mi hija nuevamente.

Crucé la puerta - Debo decir que no sé porque siempre entro por la puerta, cuando podría hacerlo por cualquier lado; la poca costumbre supongo.

El living estaba vacío. Miré las fotos en la pared y no reconocí a nadie, hasta que en una estaba Clara, en una fiesta con un vaso en la mano rodeada de personas en traje con camisas fuera del pantalón. Estaban riéndose mientras se ponían gorros de papeles.

Al parecer eran compañeros de trabajo, pero no me acuerdo de ninguno. Tampoco solía visitarla mucho en su oficina, así que no podría decir que conozco a quien le agarraba la cintura con tanta confianza.

Empecé a subir la escalera. Podía sentir los pelitos de la alfombra que cubría los peldaños a medida que avanzaba.

Entré a una pieza, pero no era la correcta. Una señora mayor dormía. tranquilamente.

A otra no necesité entrar, ya que los ronquidos avisaban que era el dueño de casa.

Y finalmente llegue. Entré y allí estaba. Profundamente dormida abrazada a un oso de peluche. Un vaso de leche sin terminar descansaba en un mueble apegado a la cama.

A pesar de lo grande que estaba, aun necesitaba alguna luz encendida para poder dormir.

La miré mucho rato. Mucho. Hasta que la luz que salía del clóset fue más débil que la que entraba por la ventana.

Recordé cuando jugábamos en la cuna, cuando se hizo pipí encima mío, las horas que la pasee para hacerla dormir, cuando empezó a hablar y miles de otros momentos maravillosos.

Sentí pasos. Clara entró a la habitación y tiró una chaqueta cerca de donde me encontraba. Movió el pelo de Camila para despertarla y le susurró que ya era hora de volver a casa.

Se dió vuelta y abrió el clóset para sacar la maleta.

Camila se estiró, todavía con sueño y se armó de ánimo para ir a la ducha.

- Trata de no demorarte, voy a servir el desayuno - Le dijo su madre.

- mmmmmmm... - fue lo único que respondió mientras arrastraba los pies hacia el baño.

Decidí salir. Tenía que dejarla seguir su vida tranquila. Había disfrutado su compañía y había vigilado su sueño como nunca antes. Pero sabía que trataría de acercarme a ella cuando entrara a la universidad, o se casara, o cuando tuviera su primer hijo...

- Oye tú!

Giré mi cabeza y vi a un hombre escondido detrás de las cajas al lado de la casa.

- Necesito hablarte - me dijo

- ¿Puedes verme? - pregunté incrédulo

- Claro. Tu eres como yo. Ven aquí.

Con mis ojos traté de buscar a Cristina al otro lado de la calle, pero no la vi.

- Rápido, ven antes que vuelva. No puedes confiar en esa mujer. ¡Es una de ellos!